Por qué los escritores de discursos de la Casa Blanca son jóvenes

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Por: Daniel Eskibel

El hombre hablaba perfectamente español pero su acento era inconfundiblemente norteamericano. Decía que había sido escritor de discursos de Ronald Reagan y de George Bush padre y que ahora trabajaba como consultor político en América Latina.

Era la primavera de 2009 en Uruguay. Cuando sonó mi móvil yo estaba en la agencia publicitaria con la cual trabajábamos en aquella campaña electoral. El contexto para recibir una llamada telefónica no era el mejor: stress, urgencias, problemas que resolver, mucho trabajo…

Sin embargo respondí la llamada.
Debo decirlo: no suelo escuchar un acento “made in USA” del otro lado del teléfono. Eso me intrigó.
Su presentación inicial me intrigó más aún: ¿un importante ex funcionario de la comunicación política de la Casa Blanca llamando a mi móvil?

La voz “made in Usa” dijo amablemente que era un lector habitual de mis artículos, que estaba en vacaciones de paso por Uruguay y que quería conocerme.

Al principio me costó creer lo que decía. ¿Un antiguo White House me quiere conocer? Mmm, no sé…Mis neuronas se desenganchaban rápidamente de la campaña electoral en la que trabajaba para conectarse con aquella situación nueva. ¿O estarían conectadas ambas cosas? Mil ideas pasaban por mi mente en desordenado desfile, desde alguna teoría conspirativa hasta la imagen de algún amigo haciendo una de sus bromas.

Dos horas después estaba tomando unas cervezas con Mark Klugmann.

Veinteañero en la Casa Blanca

La voz desconocida y con acento marcadamente Usa había irrumpido en mi móvil justo en medio de una campaña electoral extrañamente enrarecida. De todos modos acordamos un punto de encuentro y allá fui.

Con precauciones, claro.
Estacioné el auto en un lugar más bien distante del lugar y fui andando hasta allí. Llegué bien temprano y recorrí la zona. Observé los alrededores con calma, miré los movimientos de gente y vehículos, me acerqué al bar con discreción, di un vistazo a su interior, volví a alejarme y esperé pacientemente la hora acordada.
Viejos hábitos resucitaban, viejas precauciones de mis veintipocos años, de un tiempo en que era militante de la resistencia contra una dictadura, tiempo en el cual la precaución y la observación podían ayudar a la suerte a salvarme la vida.

Pero el encuentro con Mark se produjo y todo fue normal.
Más aún: fueron unas horas de diálogo franco, interesante, cordial y de mucha utilidad en el plano de las ideas. Un encuentro muy productivo, por cierto.

Ya en un plano de confianza (cervezas de por medio, remember) y especulando con que parecíamos tener más o menos la misma edad, le pregunté cómo era posible que hubiera sido escritor de discursos de Reagan si en aquella época él tendría poco más de veinte años.

Y me explicó.
Dijo que era habitual en la Casa Blanca contratar como escritores de discursos a jóvenes veinteañeros.

Y que eso era así porque los más jóvenes suelen ser más apasionados por sus ideas, más frescos, más audaces, más llenos de entusiasmo, más impulsados por una visión de futuro, más optimistas, más enérgicos y hasta más confiados en la vida.

-Eso es lo que necesita un Presidente -dijo Mark.
Y agregó que después los años van haciendo mella en esos atributos, van desgastando, erosionando aquella pureza y dejando entrever vetas de cinismo y desencanto.
Yo pensé en aquella línea de un personaje de Onetti:
“-Después empiezan a aceptar y se pierden…”

Nunca olvidé aquel fragmento de la conversación con Mark.
No para menospreciar la experiencia que muchos podamos tener, que vaya si es valiosa también. Sino para jerarquizar lo que aportan los más jóvenes al marketing político, a la comunicación, a las campañas electorales y a los gobiernos.

Podrás pensar lo que quieras respecto a cada inquilino de la Casa Blanca. Pero hay algo que me parece indiscutible y es el profesionalismo extremo de sus funcionarios.
Si la mismísima Casa Blanca confía en los veinteañeros para escribir los discursos del Presidente…¿entonces qué esperamos para incorporarlos a lugares decisivos?

Fuente: Blog Maquiavelo y Freud