La actitud de los votantes ha dado un giro de 360 grados con relación a la de los votantes de hace 20 años atrás. Tras enterarse de los tropiezos y fraudes en las instituciones públicas, en el sistema de justicia, los escándalos de la iglesia, la corrupción de funcionarios y políticos ha provocado su descontento y ha profundizado su desconfianza en quienes están llamados a ser representantes y a quienes los ciudadanos delegan su poder. El acceso a la información hace que los votantes de hoy se sientan poderosos y confiados de ellos mismos y de nadie más. A menudo, la impaciencia de los ciudadanos ante temas de la agenda cotidiana se hace muy notoria. Ya son ellos quienes trazan pautas y construyen el debate en políticas públicas con sus propias ideas permeadas de pragmatismo.
Los candidatos deben saber que el sistema de hacer política ha cambiado significativamente; y que contrario a lo que acontecía en décadas anteriores, no son las ideas del candidato las que prevalecen en una agitada y competente contienda electoral, que más bien deben convertirse en portavoz de sus votantes para poder conectar con ellos de manera efectiva y hacerse conscientes de que su rol está supeditado a las exigencias y voluntades cambiantes que caracterizan las necesidades de los votantes.