Por: Daniel Eskibel
Una campaña electoral no se juega en los medios de comunicación ni en la calle, sino en el cerebro humano. Allí está la clave. Es el cerebro de cada elector quien recibe los mensajes de la campaña, los decodifica, los analiza, los archiva, los vuelve a recuperar, los interpreta y hasta los modifica.
Es en ese campo de batalla que luchan los mensajes de los distintos candidatos. Allí tienen que dar lo mejor de sí para persuadir y lograr el voto. Allí es que el elector despliega sus ideas, sus recuerdos y sus emociones. Y allí se produce la decisión de voto. Donde el marketing político se da la mano con la psicología.
El elector, el candidato y la psicología política
En la antigua Grecia, hace alrededor de 2500 años, surgieron las primeras reflexiones acerca de la Psicología. Aquellos griegos curiosos ya comenzaron a observar y analizar el comportamiento humano, las conductas, los sentimientos, el razonamiento, las emociones, las relaciones sociales, las fantasías, la voluntad…
Uno de aquellos filósofos, Aristóteles, fue de los que más avanzó en el estudio de esta zona del conocimiento. Aristóteles definía al ser humano como un “animal político”. Político venía de “polis”, en referencia a la ciudad. El hombre, entonces, era esa especie animal que se ocupa de los asuntos colectivos de la ciudad en la que vive.
Durante unos cuantos siglos la Psicología creció y se desarrolló al amparo de la Filosofía. Siglos y siglos acumulando saberes. Hasta dar el gran salto en las décadas finales del siglo 19. Primero fue Wundt que fundó un laboratorio de Psicología, buscando aplicar metodologías similares a las de las ciencias naturales. Y luego Sigmund Freud revolucionando el concepto mismo de Psicología con su descubrimiento del inconsciente.
La Psicología se separó finalmente de la Filosofía y se hizo ciencia. Durante todo el siglo 20 acumuló una fantástica y tal vez poco conocida base de conocimientos. Y se desarrolló en todas las direcciones, generando aplicaciones para literalmente todos los ámbitos humanos. En ese contexto surge la Psicología Política propiamente dicha.
La psicología política es una disciplina científica, claro está. Estudia la vida política focalizando sobre los procesos mentales del elector. Ilumina las zonas del cerebro activadas por los mensajes políticos y las campañas electorales. Estudia, experimenta, analiza, investiga, formula hipótesis, vuelve a experimentar, observa, saca conclusiones, vuelve a observar…
La psicología política produce, y produce mucho. Artículos, libros, conferencias, cursos, seminarios…Y lleva ya unas cuantas décadas en esa tarea. Sin embargo, la inmensa mayoría de los dirigentes políticos desconoce completamente que en la psicología política pueden estar las respuestas para las preguntas que surgen en cada campaña electoral.
Por otra parte, las campañas electorales se suceden en todo el mundo sin solución de continuidad. Siempre hay campañas en marcha. Y los políticos, los publicistas, los consultores, los periodistas y los estrategas también producen y aportan mucho. Pero la inmensa mayoría de quienes saben de psicología política se quedan en sus ámbitos académicos y no salen a la arena electoral.
Psicología política aplicada
Si el cerebro humano es el campo de batalla de toda campaña electoral, entonces aplicar los conocimientos de la psicología política pasa a ser un elemento estratégico en la definición de la elección.
Aplicar la psicología política a la campaña electoral. De eso se trata. Aplicarla para comprender más en profundidad por qué el votante elige a un candidato y descarta a todos los demás. Y aplicarla también para planificar la estrategia de campaña con mayor efectividad.
Hagamos un pequeño viaje cinematográfico. ¿Cómo no recordar “Perdidos en Tokio”? Los protagonistas, un hombre y una mujer, son norteamericanos que por distintas razones coinciden en la inmensa Tokio. Todo para ellos es un verdadero laberinto: el paisaje interminable de calles y avenidas que se cruzan y entrecruzan hasta el infinito, la multitud humana que va y viene en oleadas, la incesante red de carteles publicitarios parpadeando en la noche, los vericuetos de un idioma insondable y de una cultura desconocida…Están cómodamente alojados en un buen hotel, pero están perdidos en Tokio. Y necesitan puntos de referencia para orientarse en su tránsito por aquel laberinto.
El laberinto del cerebro
El votante que aún no sabe a qué candidato votar es como estos extranjeros desorientados y perplejos. No sabe a dónde ir. No sabe cómo llegar. No encuentra el camino. No sabe qué decisiones tomar. Está perdido, extraviado. Su decisión de voto no acierta el camino dentro del laberinto de su cerebro.
Ese es el tema central: el cerebro del votante es un laberinto. Un laberinto oscuro donde se interna el propio votante con la tarea de encontrar la salida, la única salida: decidir a quién vota y a quién no vota.
Millones y millones de neuronas interconectadas entre sí e intercambiando mensajes. Una red compleja, y decididamente extraña. Maravillosamente extraña, por cierto. Un laberinto. Todos los candidatos tratan de colocar allí sus mensajes más convincentes. Para que el votante los encuentre y, además, se apropie de ellos, los asuma, los integre a su propia vida.
¿Qué debe hacer una campaña electoral? Debe encender, en el oscuro laberinto del cerebro del votante, los carteles luminosos que indican el camino hacia el voto. Y para saber cuales son esos carteles luminosos y cómo y cuándo encenderlos, la campaña electoral debe conocer el modo de funcionamiento del cerebro humano.
Quien mejor conozca los planos de ese laberinto, mejores carteles ubicará y mejores resultados logrará. Por eso una campaña electoral efectiva no es solo política ni solo marketing ni solo publicidad. También es psicología. Psicología política.
Fuente: Blog Maquiavelo y Freud