Por: Jonathan Duarte
Pese a que existe una decepción social creciente sobre el desempeño de los partidos políticos, los procesos electorales aún continúan atrayendo votantes que ingenuamente creen que su voto hará la diferencia. Pero el desengaño no tarda en reaparecer, pues el personaje elegido cae en las mismas prácticas que sus predecesores; dando paso al ciclo vicioso del desencanto.
El proceso electoral inicia con la compaña oficial que busca desaparecer toda inconformidad surgida del desempeño de los políticos en funciones, desligar de todo mal a los partidos políticos y sus candidatos. Creando un aura ilusión en su derredor al definirla como el mejor sistema de gobierno posible.
Asume que los candidatos a elegir una vez en funciones se dedicarán a cumplir sus promesas y que sólo es cuestión de que el ciudadano realice una elección adecuada de manera racional a partir del análisis de las propuestas.
La verdad es que no importa quién resulte vencedor la simulación continuará y los partidos políticos se olvidarán de sus electores. Aunque en la realidad, cualquier opción está condenada al fracaso y a la decepción de las clases populares. No importa si los candidatos son de derecha, centro, izquierda, rojos, azules o populares todos los partidos unidos en sí, conforman una nueva élite de gobierno que termina sirviéndose del poder.
La propaganda electoral de los partidos no sólo hace olvidar las opiniones sociales que califican a los políticos de ineficientes, corruptos y mediocres, sino que hacen borrón y cuenta nueva del pasado. Los errores de los políticos salientes no son responsabilidad de los partidos. Las ofertas políticas son generalizaciones (por ejemplo.; “por una mejor educación”, “más trabajos” “gobierno de la gente”), comunes a todos los candidatos, muchas de estas no están en el campo de competencia, ni están estructuradas, ni se conoce la estrategia a seguir para alcanzarla, las promesas muchas veces no son realistas o creativas y menos aún hacen parte de un plan congruente.
En todo caso, las promesas son tan intrascendentes que los ciudadanos son incapaces de recordarlas y menos aún darles seguimiento. Los partidos tratan de canalizar las demandas sociales y presentarlas como si fueran iniciativas propias, como el aborto o las fuertes condenas a conductores ebrios, dichos casos se acrecientan en épocas electorales, pero cuando se trata de juzgar a la autoridad, guardan silencio.
La falta de representatividad implica la conformación y participación política de múltiples comunidades las cuales se están gestando en Internet. Los partidos se están alejando cada vez más de la sociedad y no le están trasladando el poder que esta está demandando. Actualmente Internet presenta las herramientas necesarias para dar seguimiento a toda actividad política.
La democracia no puede continuar limitándose al voto. Más y cuando los representantes gubernamentales continúan enriqueciéndose y tomando malas decisiones sin contrapesos que los encarrilen por el camino del interés ciudadano. Una actitud diferente sería replantearse el concepto de democracia diferente a como lo entienden actualmente la mayor parte de los partidos políticos en el Mundo, en especial donde las democracias son de carácter ficticio.
“Los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa”.