El primer presidente estadounidense, George Washington, amaba el ajedrez, y este le ayudó −indirectamente− a ganar una crucial batalla en 1776, aunque no fuera por aplicar la estrategia del juego en la contienda, sino porque su contrincante, el coronel Johann Rall, no quiso abrir una nota enviada por un espía en la que se explicaba el próximo ataque de las fuerzas de Washington. Y no quiso abrirla porque, al recibirla, estaba jugando al ajedrez con uno de sus oficiales. La pasión por el tablero de juego le llevó a la derrota en el campo militar. La nota fue encontrada en el bolsillo del coronel, sin abrir, cuando ya había muerto en el transcurso de la batalla. Desde entonces, 25 de los 44 presidentes norteamericanos han jugado al ajedrez. Barack Obama también lo hace.
John F. Kennedy, en plena Guerra Fría, dijo que los EE. UU. jugaban al póquer mientras la URSS jugaba al ajedrez. A lo largo de la historia, las alusiones a la política, el gobierno, la guerra y la estrategia han utilizado la referencia ajedrecística. El tablero de 64 cuadros fue también el escenario natural de la otra guerra, la de las neuronas entre las dos grandes superpotencias del momento. El paroxismo entre política, propaganda y deporte fueron los duelos entre el norteamericano Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky, que culminaron en el Match del Siglo de 1972 y la coronación del primero como campeón del mundo.
Da la casualidad −o no− de que en el último estudio sobre los presidentes estadounidenses mejor recordados en la sociedad por sus logros, de entre los diez más valorados, los ocho primeros jugaban activamente al ajedrez. Se trata, en este orden, de Abraham Lincoln, George Washington, Franklin D. Roosevelt, Theodore Roosevelt, Harry S. Truman, John F. Kennedy, Thomas Jefferson, Dwight D. Eisenhower y Woodrow Wilson. El noveno y el décimo más valorados −Reagan y Johnson− no jugaban. Ciertamente, es sólo una estadística. De hecho, jugar al ajedrez no es sinónimo de ser buen presidente, aunque no deja de ser un dato significativo e históricamente relevante: casi todos los grandes políticos son aficionados a él.
El ajedrez se ha relacionado siempre con la mejora de las habilidades cognitivas y los paralelismos entre la estrategia del juego y las estrategias para todo tipo de combates (políticos, empresariales) son constantes. No hay ilustración de portada de libro, manual o artículo que no sucumba a la tentación y al magnetismo fotogénico de las figuras y el tablero. Benjamin Franklin escribió, incluso, un ensayo sobre la moral de ajedrez en 1779: «La vida es una especie de ajedrez… El juego está tan lleno de acontecimientos que uno mismo se impulsa a jugar la partida hasta que en la última jugada pones la esperanza en la victoria gracias a tus propias capacidades».
Finalmente, la comisión de Educación del Congreso ha decidido este mes «instar al Gobierno a incorporar el ajedrez como materia en las escuelas de toda España, tal y como, por otra parte, ya recomendó hacer el Parlamento Europeo en 2012». Esta recomendación servirá también para romper, en la misma escuela, los clichés y los estereotipos masculinos asociados a la práctica del ajedrez. La iniciativa parlamentaria también reclama que se habiliten espacios públicos «en parques, en bibliotecas, donde se considere más adecuado» para la práctica de este juego. La razón, según ellos, es que quienes lo estudian mejoran su capacidad de memorizar, asimilan más fácilmente los conceptos numéricos, aprenden geometría y orientación espacial y, de paso, refuerzan la comprensión lectora. Todo eso jugando al ajedrez. En pleno año electoral, la votación fue unánime.
¿Juegan al ajedrez nuestros líderes? En este contexto de elecciones a la vista, de partidas políticas simultáneas, su preparación estratégica será clave. En el juego hay que sacrificar piezas −o intercambiarlas− para conseguir una posición ganadora. En la política, también. La frialdad, la paciencia, la preparación, la astucia y el cálculo son determinantes cuando el reloj corre en contra. Pero lo más importante es conseguir que cada pieza tenga una misión. Se trata de un juego colectivo, aunque haya reyes y reinas, y la suerte de la partida se mida por su supervivencia. Pero sin la función de los peones, casi nunca es posible llegar al jaque mate.
La literatura sobre las enseñanzas filosóficas y vitales del ajedrez es profunda y fecunda. Su aplicación a la vida en competición es creativa e inspiradora. En este ciclo electoral, casi todas las fuerzas políticas tienen algo que perder: o poder o expectativas de poder. En este contexto, vale la pena releer a los grandes maestros. «La amenaza de la derrota es más terrible que la derrota misma» decía Anatoly Karpov, excampeón del mundo. Pues eso, hay líderes que ya están paralizados por la amenaza de la derrota. Así es difícil ganar.
Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí