Por: Paola Ochoa
Son tiempos fascinantes para hacer política con Twitter. Que le pregunten a Barack Obama, quien acaba de dar un giro inesperado en esta red social: creó su cuenta personal @Potus y abandonó la oficial de @BarackObama. ¿Para qué hizo eso? ¿Por qué empezar de cero cuando se tiene 60 millones de seguidores en otro lado?
La respuesta es para tener un contacto más directo con el electorado. Mientras que la antigua cuenta de Obama la crearon sus asesores de campaña (en la que él mismo firmaba ocasionalmente sus propios trinos) la nueva es exclusivamente del presidente de los Estados Unidos. Por fin puede usar sus propias palabras, sin la interlocución de sus asesores de comunicaciones en la Casa Blanca.
No es el único que está cambiando la forma de hacer política con Twitter. Hace unas semanas, Hillary Clinton anunció su candidatura a la presidencia de Estados Unidos con un trino y un video en internet. Es la primera vez en la historia que alguien lanza una candidatura presidencial desde una plataforma ciento por ciento digital.
Otro que está cambiando la manera de hacer política en redes sociales es el también candidato demócrata Bernie Sanders. A sus 73 años, el senador de Vermont está emergiendo como el nuevo rey de Facebook. Sus mensajes –largos y a veces ladrilludos– se están volviendo virales, al punto que hoy completa 1,3 millones de interacciones a través de Facebook.
Los candidatos republicanos Ted Cruz de Texas y Rand Paul de Kentucky no se quedan atrás. El primero está enfocando toda su campaña hacia los bloggeros y es un verdadero maestro interactuando con ellos. El segundo es el más agresivo de todos los candidatos en Twitter: usa mensajes muy provocadores para obtener respuestas energúmenas de sus contendores, que luego usa en contra de ellos mismos (lo que en el mundo digital se conoce como ‘trolling’).
Hasta el periodismo político está cambiando por cuenta de Twitter. Los grandes reporteros del mundo están abandonando las salas de redacción para irse a trabajar a Twitter y otras redes sociales. Hace unas semanas, el periodista político Peter Hamby renunció a su trabajo de una década en CNN para irse a Snapchat, la red social en la que los mensajes se desvanecen a los 10 segundos. Vivian Schiller, otra veterana del periodismo político, abandonó el periódico ‘The New York Times’ para irse a trabajar a Twitter como jefe de noticias. Y el reportero Ben Smith renunció a ‘POLITICO’ para irse a BuzzFeed, la plataforma que revolucionó el cubrimiento electoral en las presidenciales de 2012 en Estados Unidos. Todos se están moviendo en esa dirección porque las redes sociales son el futuro de la política y también del periodismo.
Que todo eso esté pasando en Estados Unidos me parece fascinante. Por eso comencé a investigar también qué pasa en Colombia con la política en Twitter. Lo que más me sorprendió fue encontrar que Juan Manuel Santos (@JuanManSantos) y Álvaro Uribe Vélez (@AlvaroUribeVel) tienen exactamente el mismo número de seguidores en Twitter: 3,8 millones. Exactamente la misma cifra. ¿Qué coincidencia tan grande, no?
Lo segundo que me sorprendió fue encontrar que esa cifra es más alta que lo que tiene la propia Hillary Clinton. La candidata demócrata (@HillaryClinton) cuenta con 3,5 millones de seguidores. ¿Cómo pueden Santos y Uribe tener 300.000 seguidores más cada uno que un personaje de la talla geopolítica de Hillary Clinton? ¿Es eso posible? ¿Puede ocurrir un fenómeno de ese tipo en Colombia, un país donde la penetración de internet es del 51 por ciento, frente a Estados Unidos, donde la penetración de internet es del 86 por ciento?
Buscando sobre el tema encontré una herramienta para auditar cuentas en Twitter que se llama TwitterAudit. No tiene nada que ver con la red social, pero es una de las páginas más consultadas en el mundo para depurar usuarios. Según esa herramienta, Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe tienen, cada uno, más de dos millones de seguidores en Twitter que son falsos. En otras palabras: solo el 46 por ciento de la gente que los sigue es de verdad y más de la mitad de los seguidores son inventados.
Comparé los resultados con los de la propia Hillary. Usando la misma herramienta, encontré que la candidata demócrata tiene el 82 por ciento de seguidores que son reales. Hice lo mismo con el Twitter de otros políticos en Colombia: Jorge Robledo tiene 79 por ciento de seguidores reales; Gina Parody, 77 por ciento; Navarro Wolff, 70 por ciento; Sergio Fajardo, 64 por ciento y Gustavo Petro, 60 por ciento. Ninguno cae a niveles del 46 por ciento como en el caso de Uribe y Santos.
¿Quién tiene la culpa de todo esto?, ¿los ‘hackers’ de las campañas?, ¿o los asesores que compran perfiles falsos para aumentar el tamaño? ¿O los propios presidentes que, en medio de su pelea cavernaria, no soportan que el uno tenga más seguidores que el otro y se autoponen las mismas cifras de usuarios? No sé ustedes, pero a mí las cifras de seguidores en Twitter de Uribe y Santos no me cuadran por ningún lado.
Mientras que los políticos del mundo están usando Twitter como una herramienta para comunicarse mejor con los ciudadanos, en Colombia se está usando para mostrar cuál político es más que el otro. Y como se les volvió costumbre, ya no se avergüenzan de nada, ni siquiera del engaño. Ningún ciudadano de un país serio toleraría lo que pasa en Colombia. Porque si de algo ha servido Twitter en el planeta es para crear más democracia –como ocurrió con la Primavera Árabe del 2011 en Egipto, Túnez, Kuwait, Iraq, Irán, Albania y Afganistán–, en donde las manifestaciones de la sociedad civil se coordinaron a través de Twitter y otras redes sociales.
Twitter no es para hacer política con base en seguidores falsos. Y nosotros los ciudadanos no tenemos por qué tolerar ese engaño. Tenemos todo el derecho a exigir que depuren sus cuentas y sinceren sus cifras. Mientras tanto, invito a todos los tuiteros del país a que dejemos de seguir a @AlvaroUribeVel y @JuanManSantos.
Por una conversación honesta en Twitter @PaolaOchoaAmaya, un compromiso con la verdad.
Fuente: El tiempo
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