Por: Ángela Paloma Martín
Los gobiernos tienden a fracasar. Pero… ¿cómo evitarlo? Ese sería el gran titular, quizás más bien la pregunta que la afirmación con la que inicia la consecuencia. Los gobiernos fracasan o tienden a fracasar por muchas razones cuando el tiempo empieza a ser largo aunque a veces ocurra que no suman los años. O cuando son los mismos haciendo las mismas cosas para quienes ya no lo son. Ojo, esto no es exactamente la definición de la locura aunque quienes son representados tiendan a pensar que quienes los representan empiezan a estarlo.
Cuando un Gobierno empieza a justamente eso, a gobernar, las políticas que lleva a cabo determinan un cambio que impacta en la vida de las personas. Y cuando, con los años, un Gobierno logra cambiar el país y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, e impulsa ese país hacia la senda del crecimiento, hay pilares que empiezan a resentirse. Mientras la sociedad avanza porque esos cambios repercuten directamente en sus vidas, la política no avanza al mismo ritmo: esto es algo que sentimos, percibimos, vivimos… incluso puede ser motivo de manifestaciones y demandas callejeras en voz alta. Los Gobiernos tienen a anquilosarse en la burbuja del poder y siguen tomando las mismas medidas que tomaban antaño sin poner el termómetro a las necesidades de una sociedad que evoluciona con otro ralentí.
Pero… ¿Por qué fracasan? Fracasan por no seguir con el mismo rumbo de una política que ya ha cambiado la sociedad. Muchos gobiernos son víctimas de sus propios éxitos porque creen que tener la razón les basta para imponer. Tener la razón es importante, pero es más importante tener los argumentos para convencer. Fracasan por no gestionar el tiempo ni los ritmos a los que crece y avanza la sociedad que ellos mismos están construyendo. Su reloj no es el mismo que el de la sociedad. Cada minuto es un minuto más que ganar: para los Gobierno cada minuto puede convertirse en horas perdidas. Tampoco avanzan al mismo ritmo que avanza la sociedad. Más vale dar pasos cortos y seguros, que largos y torpes. Por otro lado, su falta de escucha resulta imprudente. La crisis de escucha impera en buena parte de los países del mundo. Los Gobiernos se escudan en la burbuja del poder sin querer comprender el reclamo de las nuevas generaciones. Al no escuchar y negarse a observar la realidad, carecen de visión y, por lo tanto, de frontera. Deciden políticas en base a la sociedad que los llevó al poder, no a los hijos de esas sociedad que los llevó al poder. Por lo tanto, pierden la capacidad de gobernar para la mayoría de una realidad creada por ellos que ya no comprenden.
Los gobiernos se acostumbran al poder, maldita enfermedad adicta que los enriquece… quizás…, bien de dinero, bien de ego o ambición. Y un Gobierno anquilosado, al final, tiende a tener un equipo mediocre. Un líder con un equipo mediocre es un líder mediocre. Los equipos son el pilar fundamental de la política de Gobierno. Y, cuidado, jerarquía no tiene nada que ver con la disciplina ni el orden. También fracasan porque seniegan a aceptar críticas y consejos: porque cuando un Gobierno empieza a decaer, también tiene más críticas, algunas son constructivas, otras destructivas. En momentos de crisis, la crítica se convierte en una amenaza en vez de en una oportunidad para la rectificación, y los gobiernos tienden a criticar las críticas consiguiendo contaminarse a sí mismos. Además les falta comprender los nuevos lenguajes, las nuevas relaciones, los nuevos esquemas de la sociedad y las nuevas formas de comunicación. Las nuevas narrativas no existen para los viejos Gobiernos. Hay temor al cambio y a salirse de ese estado de confort donde las decisiones se cumplen en base a lo que se ordena, se manda y dice, y no a lo que se piensa que es mejor para todos.
La ejemplaridad política nunca es una opción. Al final, los gobiernos enferman porque se evaden, la burbuja de poder en la que viven los va matando y les va minando la razón y la conciencia. Sólo los salvaría contagiarse de la realidad para la que gobiernan. La adaptación al cambio es el antídoto siempre y cuando haya un buen diagnóstico basado en estar predispuesto a la escucha y a comprender lo que se escucha. Adaptación al cambio no sólo de personas sino de políticas y de discursos basados en la conversación. Es mejor diseñar la estrategia oportuna que continuar con la de siempre. En boca del profesor James Robinson, “la alternativa viable es una amplia coalición de gente heterogénea que desafía al poder”. Desafiar el poder es el primer paso para ayudar a cambiar las necesidades de una sociedad real que se obvia.
Artículo para Colpisa Noticias y Agenda Pública (eldiario.es) (28 de agosto de 2015)
Fuente: Blog De Cerca