Por: César Toledo
El principal problema del discurso navideño del rey Felipe VI, desde el punto de vista de la comunicación no verbal, fue paradójicamente su composición verbal. El texto volvió a caracterizarse por una estructura gramatical demasiado farragosa, una acumulación de abstracciones y calificativos huecos, frases excesivamente largas y subordinadas, y párrafos interminables que dificultaron su lectura y complicaron su comprensión.
Cuando se escribe de forma inadecuada, es muy difícil leer de manera adecuada, y está claro que los redactores de discursos de la Casa del Rey española siguen escribiendo para la prensa de papel y las agencias de noticias del siglo pasado. Y así no hay forma humana de conectar cognitiva ni emocionalmente con los telespectadores de nuestra era.
Quizás por eso muchos ciudadanos prefieran esperar al desencriptado de los medios de comunicación para entender el presunto alcance de las palabras reales, que al día siguiente parecen otras muy diferentes, una vez tamizadas por la línea editorial de cada grupo mediático.
Adam Frankel, uno de los célebres copywriter de Obama, asegura que lo primero que debes hacer para redactar un buen discurso es “escribir como hablas”, porque hay frases que suenan muy bien sobre el papel, pero que resultan farragosas y pierden toda su intensidad al pronunciarlas en voz alta. Eso, precisamente, le ocurrió esta Nochebuena a Felipe VI una vez más, a pesar de su notable esfuerzo por dramatizar y enfatizar las palabras.
Cuando alguien te hace leer en voz alta y de corrido frases como la siguiente, ya puedes echarle dotes interpretativas al asunto, que no conseguirás conmover ni al más entregado de los monárquicos: “Y es también un gran Estado, cuya solidez se basa hoy en unos mismos valores constitucionales que compartimos y en unas reglas comunes de convivencia que nos hemos dado y que nos unen; un Estado que reconoce nuestra diversidad en el autogobierno de nuestras nacionalidades y regiones; y que tiene en el respeto a la voluntad democrática de todos los españoles, expresada a través de la Ley, el fundamento de nuestra vida en libertad”.
La cosa se complica cuando además tienes que leer tu discurso en un teleprompter, como hizo el monarca español. El prompter tiene su propia técnica, no solo de lectura, sino también de redacción, y requiere de un lenguaje llano, casi coloquial, con frases directas, cortas y sencillas: sujeto, verbo y predicado, casi a golpe de tuit.
De lo contrario, se nota inmediatamente que estás leyendo con dificultad, y se hace prácticamente imposible transmitir emoción alguna. En algunos momentos hasta cuesta seguir el hilo argumental. Así las cosas, la desconexión entre lo que cuentas y lo que tu conducta no verbal transmite resulta chocante.
Quizás por este motivo no fue fácil encontrar en el rostro de Felipe VI ninguna expresión emocional destacable durante el discurso, más allá de la seriedad y la tristeza como emoción básica subyacente, muy distinta a la alegría expresada el pasado año en su primera intervención navideña.
La otra emoción clasificable en la cara del rey español fue una micro expresión deasco que se repitió en dos ocasiones, cuando se refirió a la “indignación y el horror”del terrorismo integrista y sus “ataques” a nuestro sistema de convivencia. Este fue el momento más “intenso” de toda la intervención, emocionalmente hablando. Y poco más. De resto, una aseada lectura más protocolaria que auténtica.
MAYOR APLOMO
Sin embargo, en relación a su primer discurso de las pasadas Navidades, se pudo observar un mayor aplomo y seguridad en la conducta del jefe del Estado español. En ningún momento se detectaron los gestos adaptadores realizados con las piernas en la edición anterior, cuando se removía incómodo en la silla al hablar de asuntos como la corrupción o la independencia catalana.
Este año el asiento era más alto, su rodilla de apoyo no quedaban por encima de las caderas, y le permitía una mejor postura, sin comprimir el diafragma como la vez anterior. También es cierto que no citó expresamente ninguno de estos dos asuntos, a los que aludió de forma indirecta.
A pesar de la seguridad adquirida por Felipe VI en su primer año de reinado, -y que ha demostrado con intervenciones mucho mejores que esta, como la declaración de prensa en la Casa Blanca o la intervención en la Asamblea de la ONU-, la fisiologíavolvió a jugar en su contra. Volvimos a ver su tic nervioso de mojarse los labios con la lengua entre frase y frase. Lo repitió en más de 30 ocasiones, frente a las 20 del discurso anterior, un incremento considerable, si tenemos en cuenta que ambas intervenciones duraron casi lo mismo, unos 12 minutos.
Su esfuerzo por controlar este tic fue un fracaso: en ocasiones intentó evitarlo apretando los labios, lo que producía un efecto de represión emocional más negativo incluso que mostrar involuntariamente la lengua. Tal y como señalé el pasado año, esta conducta resulta del todo inexplicable, si tenemos en cuenta que el discurso está grabado y editado por párrafos, lo que permite parar, rehidratar las mucosas bucales y cuerdas vocales, y repetir cuantas veces sea necesario. ¿Nadie le advierte del tic en la grabación? Sigo sin entenderlo.
En cuanto a los gestos ilustradores, los utilizó de manera un tanto forzada y poco natural, algo chocantes con la “formalidad” narrativa del discurso escrito. Quizás los más convincentes fueron los puños cerrados para destacar la necesidad de contar con naciones “fuertes” y señalar la “fortaleza” de España, pero sigo sin tener clara su espontaneidad.
Tampoco resultaron del todo convincentes los gestos rítmicos para remarcar el compás de la intervención. La mayor parte del tiempo sus manos quedaban expuestas por el reverso y con aspecto de garra, debido a la forma de ahuecar las palmas y de separar los dedos. Una gestualidad poco abierta, nada amable ni positiva.
Por dos veces utilizó su mano izquierda para enumerar, cuando habló de los “hombres y mujeres (1), jóvenes y mayores (2), nacidos aquí o venidos de fuera (3)”, y también cuando se refirió al “coraje (1), carácter (2) y talento (3)” de los españoles.
LA NOVEDAD DEL ESPACIO
Sin duda, lo más novedoso del discurso navideño del rey de España fue el cambio de localización. La escena cuasi hogareña de su residencia en La Zarzuela fue sustituida por la grandiosidad del Palacio Real (donde no vive la Familia Real), mostrado en todo su esplendor con una vista aérea nocturna grabada desde un dron. Desde el punto de vista proxémico, el espacio también es una forma de comunicación, y en este caso tuvo sus luces y sus sombras.
Por un lado, se consiguió transmitir una imagen más institucional y solemne, alejada del falso atrezo de los portarretratos familiares, los símbolos religiosos y los adornos navideños de su residencia privada. De hecho, el realizador solo nos mostró el belén que el público visitante del Palacio Real pueden ver estos días, aunque lo hizo durante dos escasos segundos y tan de pasada que ni pudimos distinguir dónde estaba el nacimiento.
Me he tomado la molestia de buscarlo a cámara lenta en la grabación y no lo he encontrado, con lo cual los telespectadores tampoco habrán podido verlo. El posterior fundido con el plano en zoom sobre el árbol de Navidad dura poco más de un segundo, e inmediatamente encadena con el plano generalísimo del salón del trono, donde ya aparece el rey. En total, menos de cuatro segundos de Navidad.
En cuanto al salón del trono donde se realizó la grabación, dos apuntes: por un lado, magnífica iluminación por fin y mejores planos del monarca, que nos permitieron ver claramente sus ojos y reparar en su mirada, que el pasado año quedó oculta la mayor parte del tiempo por las sombras bajo sus pobladas cejas y pronunciadas cuencas orbiculares.
Por otro lado, y en sentido contrario, la austeridad de la bandera española -estratégicamente colocada para componer uno de los encuadres-, chocaba con la ostentosidad de un espacio inmenso, dominado por el color del oro como símbolo de una riqueza difícilmente digerible hoy día por un amplísimo sector de la sociedad.
Aunque no suelo incluir mi opinión personal en este tipo de análisis, me parece importante reseñar para quienes no lo conozcan que el Palacio Real español dispone de estancias mucho más austeras y solemnes que el salón del trono. Incluso, decoradas con mejor gusto.
En conclusión…
Imágenes: web oficial de la Casa Real.
Fuente: Analisisnoverbal.com