Por: Lucas Guardo
Las sucesivas mañanas, tras la asunción de Mauricio Macri como presidente argentino, vinieron acompañadas de noticias, diametralmente opuestas a la retórica utilizada en la campaña y en el discurso de asunción.
Del “no habrá jueces macristas” al nombramiento por decreto simple de dos miembros de la Corte Suprema de la Justicia de la Nación. Del “convoco a todos los argentinos a aprender el arte del acuerdo” al dictado de 29 decretos de necesidad de urgencia en 72 horas (el mismo número que su antecesora CFK en ocho años). Del “queremos el aporte de todos”, a la intervención encubierta del AFSCA, al trasladar un ente autárquico a la órbita de un Ministerio.
No pretendo con esto atacar al gobierno macrista (para eso recomiendo esta nota de Perfil), sino exponer las contradicciones entre su forma accionar y su opuesta retórica republicana, con la cual logró seducir a gran parte del electorado que estaba cansado del estilo despótico de Cristina Kirchner.
“Sólo hay que tenerle miedo a Dios y a mí, un poquito”, a fines de 2012. “Vamos por todo”, en 2013. “Si me pasa algo, miren hacia el norte, no a Oriente”, en 2014. Esta radicalización del discurso coincidió con la desaceleración de la economía, la devaluación del peso, y la ausencia de políticas sociales destacables como en los años previos.
El intento de “democratización de la Justicia”, la pelea con los fondos buitres y la reforma de la Secretaria de Inteligencia fueron el contexto de endurecimiento del discurso, que se enfrentó inicialmente a movilizaciones masivas y terminó con el voto a los globos, como ironiza la militancia.
Es apropiado diferenciar de lo que pasó entre 2013-2015 al periodo que lo precedió, que se inició en 2008 con el conflicto del campo y el voto no positivo de Cobos. Ahí si el FPV tuvo la necesidad de polarizar para movilizar a los propios, como lo intentó con la ley de medios, la asignación universal, la estatización de YPF y Aerolíneas, entre otras medidas.
Tras la amplia victoria con el 54 % en 2011, empezó la debacle. Un gobierno, que con un discurso efusivo y agresivo, y una política económica discordante, consiguió que la oposición se movilizará. La derrota en las legislativas de 2013 fue la antesala de lo que pasó en 2015. “Si no les gusta este Gobierno, armen un partido y ganen una elección”.
Lo hicieron. Y lo más interesante es que aprendieron del error. Gobernar es comunicar. Pero no es necesario comunicar como gobernás. Más allá de las afirmaciones de su consultor Duran Barba (“tú no puedes vender una imagen en la campaña, llegar a la Casa Rosada y hacer lo contrario”), el PRO está apostando por una Realpolitik opuesta al festilindo y los globos de la campaña.
Fuente: Blog La Nueva Política