No ponga un gurú en su campaña. Decálogo para identificar al mal consultor político

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Por: Ignacio Martín Granados

El papel del consultor político es fundamental en todas las facetas de la actividad política, desde las campañas electorales hasta el trabajo gubernamental. El consultor político es el experto que asesora profesionalmente a un candidato político o a un cargo público, y le podemos encontrar en variados perfiles: consultor electoral, de imagen, jefe de campaña, de gabinete, de prensa, director de comunicación, coach, analista demoscópico, etcétera.

Como en todos los ámbitos de la vida y en todos los trabajos, nos encontramos con magníficos profesionales, pero también, por desgracia, con intrusos, charlatanes o vendedores de humo que desprestigian la profesión y la política. En este artículo pretendemos desenmascarar a aquellos que van por la vida de “gurús”, y lo único que hacen es alejar al político de sus ciudadanos (sin advertir que el rey va desnudo, como en el cuento de Andersen El traje nuevo del Emperador), guiado sólo por sus propios intereses.

Por ello proponemos este decálogo para identificar al mal consultor político y desmitificar su figura:

  1. Ha sido asesor de Barack Obama, por supuesto. En el mejor de los casos pudo trabajar de voluntario en su campaña y hacerse una foto con él, o quizá le mandó un correo electrónico con cuatro ideas teniendo la suerte de que acusaran recibo del mismo, lo cual justifica su repentina subida de caché como consultor. El buen consultor político es modesto y veraz.
  2. Ha trabajado en casi más campañas electorales de las que se convocan. Para desempeñar un trabajo profesional hay que conocer al candidato, empaparse del contexto económico, político y social de los comicios, investigar… sobre todo si eres un consultor internacional, por lo que se antoja complicado que puedas trabajar en más de cinco citas electorales al año. El buen consultor político es responsable y coherente.
  3. Presume constantemente de los clientes a los que ha asesorado. Una cosa es que se sepa, que en este mundillo nuestro tan especializado se sabe, y otra es que vayas pregonando para quien trabajas, como si fuera un “trofeo”. El consultor debe ser discreto y no alardear de clientes para los que ha trabajado, por la simple razón de que a muchos políticos no les gusta reconocer que han recibido ayuda y les gusta atribuirse todo el mérito. El buen consultor político demuestra integridad profesional, confidencialidad y evita el conflicto de intereses.
  4. La política no es una serie de televisión. Ahora que tan de moda está la ficción política y muchos sueñan con ser Josh Lyman, Kasper Jull o Kitty O’Neill, hay que recordar que la política no es tan glamurosa como las series nos hacen ver. La ficción de la pequeña pantalla necesita ser interesante para atraer al espectador planteando intrigas de sexo y poder al más alto nivel que se solucionan de forma trepidante. La política real es menos efectista y más laboriosa: prevalecen las reuniones tediosas, la investigación solitaria, los informes de última hora y las noches y fines de semana trabajando. El buen consultor político no debe inventarse realidades paralelas y mantenerse en contacto con la realidad.
  5. El gurú siempre tiene la razón. El falso gurú nunca se equivoca, nunca es responsable de un fallo, nunca lo reconocerá y siempre encontrará a otro al que echarle la culpa, incluido su propio cliente. Es muy amigo de conspiraciones maquiavélicas y supuestas componendas, aunque en la mayoría de los casos, por no decir casi siempre, sean inexistentes. El buen consultor político demuestra lealtad pero también es crítico.
  6. El gurú nunca ha perdido unas elecciones. Es tan bueno que, además de haber trabajado en cientos de campañas, siempre las ha ganado (repito, las ha ganado él, no el cliente para el que trabajaba y quien realmente se presentaba a las elecciones). Amigo consultor, de los errores se aprende más que de las victorias y no pasa nada por reconocer una derrota. Lo importante es la experiencia acumulada y aprender de los errores propios. El buen consultor político es honesto y humilde.
  7. El error de los Yes men. Nuestro cliente nos ha contratado para que le ofrezcamos varios puntos de vista, le digamos en qué falla, cómo puede mejorar y qué no debería hacer. Si le adulamos aprobando todo lo que dice y hace (para mantener nuestro trabajo) le estaremos haciendo un flaco favor (y acabaremos perdiendo nuestro empleo). El buen consultor político es valiente y sincero.
  8. Desprecia la investigación y formación permanente. Si, ya sabemos que tienes mucha experiencia y nosotros no somos quién para poner en duda tus vastos conocimientos, pero la comunicación política es una disciplina en constante evolución y es necesario actualizarse continuamente. El buen consultor político es exigente consigo mismo; se recicla, forma y está al corriente de la actualidad; se relaciona y aprende de otros compañeros de profesión y trabaja con diferentes clientes que le aportan visiones complementarias.
  9. La magia no existe. No prometas cosas que no podrás cumplir. Aunque te tengas en muy alta estima como consultor, hay situaciones complicadas de revertir por mucha cosmética marketiniana que apliquemos y los atajos no suelen ser buenas soluciones. El buen consultor político actúa siempre con transparencia, valores democráticos y ética profesional.
  10. Tú no eres el protagonista. No intentes suplantar al político para el que trabajas porque tú papel es el de asesorar, ayudar, debiendo estar en un segundo plano y no sobre los focos de la política. El buen consultor político es discreto.

En la VII Asamblea General de Socios de ACOP, celebrada en Bilbao en julio de 2014, quedó aprobado el Código ACOP, a través del cual se respalda la investigación y la práctica profesional comprometiéndose a promover la excelencia profesional entre sus miembros, así como a reforzar el compromiso con los principios éticos entre aquellos que trabajan en el ámbito de la comunicación política, exigiendo a sus miembros cumplir con una serie de principios deontológicos.

* Éste artículo ha sido escrito para “La Revista de ACOP”, número 2 (segunda etapa), de febrero de 2016.

Fuente: Blog de Ignacio Martín Granados