502 a.C., Onesícrito, artesano ateniense de 37 años, asiste al Ágora, lugar donde se celebra la ekklesia, o asamblea. Tras las reformas de Solón y Clístenes, a todos los ciudadanos, sin importar su clase, se les permitía participar en la vida política de la polis. Sometían las nuevas leyes o los asuntos de la vida pública a votación popular, para luego ser tratadas en el Boulé.
Cada año, se celebraban alrededor de 40 ekklesias en Atenas, que podían alcanzar un quorum de 8.000 atenienses. Todos los hombres libres, mayores de 20 años, nacidos en Atenas, podían con su voto decidir si apoyar, o no, las propuestas que previamente los oradores habían expuesto en este espacio central de la ciudad. La mano alzada del ciudadano más pobre de Atenas, valía lo mismo que la mano alzada del más rico.
Tras siglos de tiranía y vasallaje, en la que los ciudadanos se convirtieron en súbditos, las democracias volvieron a emerger y los ciudadanos recuperaron su voz en la vida política de los estados, pero debido, probablemente, al crecimiento demográfico, resultaba imposible mantener el nivel de participación del que disfrutaban los atenienses, por lo que la democracia pasó a ser representativa, y la participación habitual, pasó a ser un voto cada cuatro años.
Según John Stuart Mill, filosofo, político y economista inglés del S.XIX en el que profundizaré más adelante, el concepto de la polis de la antigua Grecia no podía sostenerse en la sociedad moderna. La noción de autogobierno, o gobierno de asambleas abiertas es impracticable para toda comunidad que exceda a una pequeña ciudad. Por encima de los pequeños números, los individuos no pueden participar más que en una porción reducida de los asuntos públicos. Además, existen limitaciones manifiestas al momento y lugar en que los ciudadanos pueden reunirse. Estos límites son difíciles de superar en una comunidad pequeña, pero en una grande directamente son irresolubles. (Pablo Simón, 2014)
Más de dos siglos después, en la era de la democratización de la tecnología, estos obstáculos han perdido vigencia. Ya no es necesario que los ciudadanos se reúnan en el mismo lugar en el mismo momento para participar en la vida política de su comunidad. Disponemos de una potente herramienta personal, capaz de conectarnos entre todos nosotros y que posibilita la participación política en masa de la ciudadanía: el Smartphone.
Según el informe Ditrendia Mobile en España y en el Mundo 2015, el 89% de los españoles mayores de 13 años posee un teléfono móvil, con un 87% de teléfonos inteligentes sobre el total, suponiendo una penetración del 118,2%, por lo que la implantación de esta herramienta en nuestra sociedad, que según todos los estudios se encuentra al alza, no sería un impedimento para considerarla condición necesaria, pudiéndose convertir en el elemento catalizador de la participación política en la democracia digital. Sin embargo, y basándome en los argumentos planteados a continuación, no es condición suficiente, el embrión de la nueva cultura requiere de unas condiciones favorables para germinar.
La última portada del año de la revista Time es una de las más esperadas porque va dedicada al «personaje del año»: los periódicos y televisiones de todo el mundo prestan gran atención a comentar su elección y sus implicaciones. A lo largo de los años, han aparecido en ella destacados personajes históricos, como Mijaíl Gorbachov, Martin Luther King, John Fitzgerald Kennedy o Nelson Mandela. Entre los años 2006 y 2007, sin embargo, el impacto de la portada de Time superó cualquier expectativa y llenó durante días columnas de periódicos y servicios informativos con reportajes y análisis. (Gianluca Giansante, 2015)
«Sí, tú mismo. Tú controlas la Era de la Información. Bienvenido a tu mundo»
Con esta portada, la revista Times pone al usuario en el centro de la acción comunicativa. Con la masificación de Internet, los medios de comunicación se vieron obligados a adaptar su enfoque y sus modelos de negocio. En el nuevo sistema ya no sirve la palabra receptor, insuficiente para describir el papel activo que desempeñan los participantes de los procesos de comunicación de masas. La necesidad de integrar al destinatario del mensaje en la emisión del mismo, abrió un nuevo mundo de posibilidades que se ha transformado en la revolución digital. ¿Por qué no revolucionar también la participación política con esta misma base de comportamiento social? ¿Por qué no poner al ciudadano, también, en el centro de la política?
En una coyuntura donde los tradicionales lugares de socialización política se encuentran en proceso de quiebra y sufren un alto grado de desafección, en parte provocado por la crisis de representación política, el espacio digital podría abrir una nueva vía de participación que, en paralelo y complementadas con las ya establecidas, supondría una oportunidad para la ciudadanía, en términos de activismo y deliberación sobre los asuntos públicos (Jorge Resina de la Fuente, 2010).
La falta de mecanismos efectivos de participación política, parece haber contribuido a una cierta actitud negativa hacia los partidos y las instituciones. A esto hay que sumarle que cuando la participación tiene lugar, a menudo es alejada de una participación real y efectiva, y lejos de lograr una mayor integración en los asuntos públicos, provoca una mayor desilusión. (Josep Lobera, Rafael Rubio Núñez, 2015)
La Opinión Pública agregada, entendida como el resultado de la suma de juicios individuales, donde el público que importa es la mayoría, debe ceder su protagonismo a la Opinión Pública discursiva, referida, más bien, a un proceso colectivo de voluntades individuales, que deliberan y se condicionan entre sí (Sampedro, 2000). Este proceso, así planteado, pondría en cuestión el fin de la tradicional concepción de ciudadanía, tal y como la definió Thomas H. Marshall, “vinculada a los derechos reconocidos en el Estado de Bienestar constituido en la Europa post-bélica”, al verse desbordada por una serie de nuevas dimensiones.
Las herramientas de las nuevas tecnologías de la información habrían abierto la posibilidad de generar nuevas comunidades y formas de participación directa, pero entraría en discusión si Internet supone o no un espacio de proliferación de esferas públicas periféricas, que ofrezcan incentivos a la participación que contrarresten las exclusiones, puedan suplantar a la esfera pública central a través de la receptividad, logrando su apertura y posibilitando que emerja esta nueva sociedad implicada en la acción política, hasta ahora ausente, generando el mayor grado de democracia posible. (Jorge Resina de la Fuente, 2010)
Gianluca Giansante, en su libro ‘La comunicación política online’ (2015), dedica un capítulo a analizar cómo cambia la política cuando se encuentra con la red. En él, afirma que “ya no existe un sujeto que escucha o mira de un modo pasivo, sino que cualquiera puede intervenir, tomar la palabra, comentar, compartir información o producir significados”, pero las tecnologías no aumentan, per se, los espacios de democracia. Internet ofrece algunas posibilidades, pero la dirección en la que se utilizan depende siempre de las decisiones que toman los actores políticos (A. Chadwick, 2006), “la tecnología no cambia la sociedad, son las personas que usan la tecnología las que la cambian” (Karpf, 2012).
Aunque queda mucho camino por recorrer para un cambio radical del modelo político y de una ciudadanía integrada en los procesos deliberativos, las más recientes movilizaciones sociales están siendo el mejor ejemplo del potencial de una sociedad implicada y conectada, que canaliza a través de los medios digitales una tendencia que no ha hecho más que empezar. Estas nuevas movilizaciones, de protesta posmoderna, están más originadas en estilos de vida en común que en causas globales, tendrían más que ver con aspectos expresivos que sustantivos y en las que, en bastantes ocasiones, más que el cambio social, se estaría buscando la visibilización, la necesidad de ser tenidos en cuenta (Sampedro, 2005).
La difusión de las tecnologías digitales ha abierto un debate que ha enfrentado a dos bandos: por un lado, los optimistas (o utópicos), según los cuales la red habría democratizado radicalmente la sociedad y supondría una oportunidad para la participación directa: “Internet provee medios que favorecen la democracia deliberativa, al permitir, por ejemplo, que públicos subalternos encuentren espacios compartidos” (Simone, M. 2008). Y, por otro lado, los escépticos, según los cuales internet no habría modificado nada fundamental en el funcionamiento de las democracias occidentales y aún menos habría permitido el nacimiento de nuevos actores políticos (Margolis, Resnick, 2000), y subrayan la importancia de los aspectos contextuales por encima del potencial tecnológico: “Dentro de Internet, se da un proceso de fragmentación de la información que constituye un problema para la deliberación” (Havick, J. 2000; Mayer, V. 2001); “Dentro de la red, se dan espacios que siempre excluyen a algunos grupos, especialmente, a aquellos contrarios a los valores dominantes” (O´Donnel, S. 2001; Steiner, L. 2005).
LA BRECHA DIGITAL
Precisamente esta exclusión, constituye la principal barrera que imposibilita la formación de esta nueva cultura de la participación: la brecha digital.
Según Eurostat, la brecha digital consiste en la “distinción entre aquellos que tienen acceso a Internet y pueden hacer uso de los nuevos servicios ofrecidos, y aquellos que están excluidos de estos servicios”. El término haría referencia a las diferencias entre grupos sociales en base no solo a sus problemas de accesibilidad a la tecnología, sino también a su capacidad para utilizar el medio digital de forma adecuada para acceder a estos servicios.
El CIS, en su estudio nº63 ‘Internet y participación política en España’ (2010) concluye que el acceso a Internet está condicionado por variables sociodemográficas como el género, edad, ocupación, ingresos y el tamaño de municipio. Sin embargo, el Informe sobre la Sociedad de la Información en España de la Fundación Telefónica (2015) revela que el 78,7% de la población entre 16 y 74 años se conecta de forma regular a Internet, el 88,3% de estos usuarios a través del móvil.
A la vista de estos datos, y de la tendencia que ponen de manifiesto, se puede afirmar con seguridad que los factores de implantación tecnológica en España no deberían ser un obstáculo para la participación política, en cambio, la brecha digital se mantiene debido a la alfabetización del medio digital. Las experiencias de democracia digital se enfrentan al hecho de que no todos, sino sólo algunos ciudadanos, utilizan las herramientas digitales con la destreza suficiente para participar políticamente (Robles, 2008).
No todos los usuarios de internet tienen la misma capacidad para explotar los recursos que ofrecen las tecnologías de la información y la comunicación. Esta desigualdad digital se traslada también a la esfera política, aquellos que son más hábiles en internet son más capaces de realizar actividades políticas en la red. Pero esta barrera también está disminuyendo de forma considerable en los últimos años. Los niveles de habilidades digitales están creciendo en España. Este avance se produce probablemente como consecuencia de las mejoras que han experimentado las aplicaciones y servicios que se ofrecen en la red en cuanto a su diseño, visibilidad y usabilidad (Marta Cantijoch, 2014) y el cambio generacional, especialmente la madurez de los nativos digitales.
Además de la destreza en el manejo de las herramientas de Internet, otros elementos que influyen en el éxito o fracaso de la participación política, son la movilización y el compromiso. Una vez online, las actividades más frecuentes que se desarrollan son de carácter comunicativo, lúdico y comercial, quedando la actividad política a una posición secundaria. En 2007, tan solo el 0,12% del tráfico de internet en EEUU estuvo relacionado (Hindman 2008). Seguro que en nuestro país, incluso hoy en día, la proporción no dista mucho. ¿Está la sociedad española dispuesta o preparada para una renovación en el modelo político participativo? ¿La democracia digital es una utopía?
JOHN STUART MILL Y LA IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN EN LA DEMOCRACIA
John Stuart Mill ofreció en su tiempo interesantes respuestas a los dilemas clásicos de la representación. Fue uno de los precursores del sufragismo, pero mantenía que el interés de los electores ignorantes podía dificultar el interés de la comunidad, considerando que debían ser excluidos del derecho al voto. No obstante, se mostraba partidario del valor fundamental de la educación, y atribuía al Estado la responsabilidad de educar a sus ciudadanos como uno de los pilares de su pensamiento. (Antonio Abad Cebrián, 2004)
Como liberal, John Stuart Mill advertía peligros en las nuevas tendencias democráticas propias de la sociedad del siglo XIX, en especial la conocida como tiranía de las mayorías. Un temor que no se dirigía tanto al uso coercitivo del aparato estatal, sino a la coerción de la opinión pública que, dominada por el prejuicio y la costumbre, podía ser claramente intolerante con comportamientos de carácter diferente. De ahí que su preocupación fundamental fuera conciliar la participación de todos en el gobierno, con el temor de que las masas carentes de la información necesaria para el buen gobierno utilizaran el poder para sus propios intereses. (Pablo Simón, 2014)
Mill concebía la política democrática como un mecanismo fundamental para el desarrollo moral de los individuos. Creía que la participación política, junto a una educación adecuada, era esencial para la formación de buenos ciudadanos. De no ser así, el poder administrativo se extendería progresivamente y los ciudadanos, carentes de información, serían cada vez menos capaces de controlar a los poderosos. Así, la educación es crucial para que las personas tomen conciencia de la importancia del bien general como algo propio de cada uno (Pablo Simón, 2014)
CONCLUSIÓN
La democracia se ha puesto en tela de juicio como consecuencia de una disociación del poder representativo, que provoca un distanciamiento entre los ciudadanos y los gobiernos, factor que está profundizando la crisis de legitimidad del modelo actual. La desafección o insatisfacción con los mecanismos formales de participación generan, por un lado, la pasividad y el aislamiento, de los que optan por vivir al margen de la política; por otro lado, la respuesta ante este malestar puede manifestarse mediante la búsqueda de maneras alternativas de participación (Josep Lobera, Rafael Rubio Núñez, 2015).
Los fenómenos de desafección ciudadana que afectan a las estructuras representativas, partidos, parlamentos y elecciones no deben ser interpretados como una crisis de la política, sino como procesos de cambio (Keane, 2013; Rosanvallon, 2008). La desafección no es más que un efecto sintomático de un hastío generalizado, el grito de socorro de un sistema que pide ser renovado, el aviso de unos ciudadanos que sienten que tienen el poder, pero que no pueden usarlo.
Las ideas de John Stuart Mill vuelven a estar vigentes más de dos siglos después, ya que nos encontramos ante un posible cambio en el sistema político de las sociedades. En su época, fue la transición de los estados absolutistas a los estados democráticos. En la nuestra, es la evolución de la democracia representativa a la democracia participativa directa. Tal y como defendía Mill en el SXIX, el Estado, las administraciones, instituciones y partidos han de asumir un papel angular en esta transformación, poniendo al ciudadano en el centro de la acción política, no solo como objeto, sino como parte esencial, simplificando los procesos deliberativos y generando nuevas actitudes participativas a través de la educación, garantizando la accesibilidad, tanto por implantación tecnológica como por una suficiente destreza en el manejo de las herramientas. Solo el impulso de estas condiciones provocará una verdadera ciudadanía activa y movilizada.
La participación en el entorno digital no puede sustituir a los procesos presenciales, de momento, sino que debe ser un complemento que acompañe esta transición de cambio de modelo democrático.
Joichi Ito, activista y empresario japonés, decía: «El efecto a largo plazo es que la revolución digital cambiará completamente los gobiernos y los mercados. El cambio va a ser tan sustancial que ni siquiera podemos imaginarlo en estos momentos. Cuando se derrumben las barreras y todo el mundo pueda estar conectado, cuando el software nos permita comunicar y dar el poder al ciudadano, todo cambiará. Creo que, de algún modo, algo contribuirá a que cambien las cosas. El software de código abierto, las ONG, los emprendedores sociales, las redes sociales e Internet servirán para dar el poder a la ciudadanía»
Pero estos cambios, no llegarán solos.
ALGUNAS HERRAMIENTAS DE PARTICIPACIÓN DIRECTA
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BIBLIOGRAFÍA
- Antoni Gutierrez-Rubi, 2012, La política vigilada. La comunicación política en tiempos de Wikileaks, Editorial UOC
- Antonio Abad Cebrián, 2004, Ideas y formas políticas: del triunfo del absolutismo a la posmodernidad.
- Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías de información y comunicación en los hogares, 2015, Instituto Nacional de Estadística.
- Estudio Internet y participación política en España, 2010, Centro de investigaciones sociológicas CIS.
- Gianluca Giansante, 2015, La comunicación política online, Editorial UOC
- Informe La sociedad de la información en España, 2015, Fundación Telefónica.
- John Keane, Ramón A. Feenstra, 2014, Nuevas formas de participación política en el marco de la era digital, revista Telos nº98, Telefónica
- Jorge Resina de la Fuente, 2010, Ciberpolítica, redes sociales y nuevas movilizaciones en España: el impacto digital en los procesos de deliberación y participación ciudadana, Universidad Complutense de Madrid.
- José Manuel Robles, Oscar Molina, Stefano de Marco, 2012, Participación política digital y brecha digital política en España. Un estudio de las desigualdades digitales, ARBOR Ciencia, Pensmiento y Cultura
- Josep Lobera, Rafael Rubio Núñez, 2015, Nativos digitales ¿hacia una nueva participación política? Revista de Estudios de Juventud.
- Juan Ramón Fuentes Jimenez, 2010, Educación para la libertad en Stuart Mill, Magister – Revista Miscelánea de Investigación.
- Marta Cantijoch, 2014, La desigualdad digital, ¿una nueva fuente de desigualdad política?, revista ZoomPolítico, laboratorio alternativas.
- Gianluca Giansante, 2015, La comunicación política online, Editorial UOC
- Pablo Simón, 2014, La democracia según John Stuart Mill, JotDown.
Fuente: Blog de Luis A. López Latorre