Por: María Vázquez Lorca
Aunque nos neguemos a confesarlo, son muchas las ocasiones en las que nuestra ropa o forma de vestir nos condiciona. Nos condiciona en el mensaje que queremos comunicar y en el mensaje que, finalmente, comunicamos. Es decir, condiciona la comunicación. Condiciona el mundo de las percepciones en cada una de sus variables.
En política, podríamos hablar mucho del lenguaje de la moda como valor político. Hace tiempo y coincidiendo con su fallecimiento, escribí sobre Margaret Thatcher y la importancia que la primera ministra del Gobierno del Reino Unido (primera y única mujer en pisar el 10 de Downing Street como primera ministra) daba a su estilo de vestir, no como mero medio sino como un fin político y de poder. Y, especialmente, a prendas muy concretas que comunicaban exactamente ideales, premisas y aspectos que quería remarcar. Es decir, el lenguaje del estilo y la moda, como herramienta potente de comunicación política.
La moda, para Margaret Thatcher y para muchas personas que son conscientes de ello, era un instrumento político, una herramienta de clase y, sobre todo, una fuente de riqueza. Y es que, por cierto, pocas mujeres con cargos públicos han sido tan conscientes de la importancia de crear una marca de estilo única. Quizás porque durante décadas fue el símbolo más claro de la entrada de la mujer en un mundo hecho a medida por y para hombres, un mundo en el que la valía femenina no parece ser suficiente y tiene que demostrarse constantemente, en la forma y en el fondo.
Y recordando a Margaret Thatcher y quizás absorbida por la cuarta temporada deHouse of Cards, he puesto especialmente atención en otra mujer que se encuentra de lleno en la actividad política, de ficción claro: Claire Underwood. La mujer de Frank Underwood en la serie norteamericana House of Cards, nos gusta tanto porque está fuera del prototipo de primera dama no sólo de Estados Unidos sino también de cualquier otra parte del mundo; pelo largo con corte clásico y mucha fijación, trajes de colores llamativos o exceso de joyas. Claire Underwood es otro mundo. Margaret Thatcher también lo era. Cada una a su estilo, pero ambas con puntos comunes: el uso del lenguaje de la moda para conseguir sus objetivos.
Nadie, salvo contadas extravagancias en momentos muy concretos, presta demasiada atención al vestuario de los políticos varones, pero no es la tónica habitual con los trajes de mandatarias y primeras damas. Thatcher, por ejemplo, lo sabía, y aunque su cargo y su férrea actitud conservadora le impedían mostrar una afición especial por la moda y la ropa, supo construirse con éxito un uniforme, una imagen icónica tan fuerte, que aún hoy es perfectamente reconocible e imitable.
Sobre imagen política, tanto Thatcher como Underwood podrían compartir reflexión, incluso ambas encarnan muchas de nuestras aspiraciones inconfesables: inteligencia, estilo, fortaleza, influencia, seguridad en sí misma, luz propia y deseo de poder.
Por ello, no puedo dejar de imaginarme una conversación entre ambas. ¿Amigas? No, mejor será no subestimar a ninguna. Más realista sería, adversarias políticas. Una, primera ministra del Reino Unido. La otra, secretaria de Estado de Estados Unidos, por ejemplo (recordando que el poder no te lo da precisamente ningún cargo). Claire Underwood ve el mundo a través de sus gafas de pasta y su iPhone. Sin embargo, Margaret Thatcher guarda su mundo es un bolso cuadrado, junto a los broches XXL y las perlas. Sobre el contexto, no creo que sea decisivo ni un obstáculo para esta conversación, ambas son personajes atemporales y no subestimo la capacidad de adaptación de una al contexto de la otra.
Ambas hablarían de cómo ser mujer en un mundo de y para hombres como es la política. Compartirían experiencias pero no como mero juego de empatía entre mujeres sino como fin para delimitar roles de liderazgo entre ambas. Tanto una como la otra reconocerían el valor de la moda como fuente de poder en política y Underwood le agradecería a Thatcher que fuese la precursora del power dressing(vestir para imponer) y de la prenda clave de este look, el power suit, nombre con el que se conoce a los trajes de las ejecutivas de los años 80. Precisamente, Claire Underwood tiene en este elemento a su mejor aliado. Trajes de corte recto, sobrios, pero realmente eficaces para no arriesgar, precisamente arriesgando ya que es lo más parecido al look o dress code masculino. Underwood le preguntaría si es verdad que uno de sus asesores le aconsejó dejar de llevar sombreros y collares de perlas. La primera ministra le diría que es verdad a medias, como casi todo en política, y que le hizo caso de lo primero, pero rechazó quitarse el collar de perlas por ser un regalo de su marido. Eso es estilo inglés, le diría Underwood.
Thatcher le confesaría que desde los comienzos de su mandato, empezó a combinar blusas de lazo con collares y estampados con broches en la solapa, con el único objetivo de definir su papel como líder. Incluso, que su estilista creó especialmente para ella trajes y blusas de hombros pronunciados y colores chillones. Aclararían que llevan casi siempre vestidos y falda pero transmitiendo más fortaleza que cualquier hombre en este juego.
Ambas, reconocerían abiertamente que utilizan la moda y su lenguaje como un instrumento político más, una herramienta de clase. Para Thatcher, la rigidez de los hombros era una de sus obsesiones, quizás porque así ilustraba en las formas la austeridad y la beligerancia de su contenido político. Para Underwood, su rígida y austera, pero chic, armadura, a base de estudiados movimientos de espalda, brazos, piernas y su cuidado corte pixie, son su marca de mujer fatal dispuesta a entrar en combate en cualquier momento. Para Thatcher, los colores son otra de sus señas de identidad ya que tenían como objetivo hacerle destacar entre la multitud y le permitían jugar incluso con la política exterior. En sus viajes, procuraba llevar trajes del color de la bandera nacional del país que visitaba. Para Underwood, la escasez de colores que utiliza en el vestuario son su propio sello con una paleta de grises o burdeos que se suman a los favoritos, negro y blanco.
Aunque se nieguen a declararlo en público, tanto para Thatcher como para Underwood, la moda es un instrumento político. Uno más, pero al fin y al cabo, una herramienta. Pero, seguramente, ellas no buscarían ser la mejor vestida, pero sí la más recordada. Y no estamos hablando de elegancia o estilo en su esencia como lo conocemos hoy. Lo suyo es el estilo del poder, la moda como valor político.