Por: Daniel Eskibel
Un vehículo avanza a toda velocidad por una ruta estrecha. Otro vehículo avanza también a toda velocidad por la misma ruta pero en dirección contraria.
Allá van: uno hacia el otro como insectos hacia la luz. Cada vez más rápido. Forzando los motores.
Los conductores llevan los ojos fijos en el camino y el pie derecho hundido a fondo en el acelerador.
A esa velocidad y en ese contexto el pensamiento se simplifica.
Cada uno cree que finalmente aquel vehículo que se le viene encima como una tromba dará un viraje para esquivarlo. Cada uno cree que el otro terminará cediendo. Cada uno cree que será ‘el ganador’ y que su vida será mejor luego de eso.
Pero no.
Lo que sigue es el rugido insoportable de los motores, los ojos alucinados que se llenan de un espanto ya sin remedio, la violencia del choque frontal, el estrépito de los gritos y los hierros retorcidos, las explosiones, el humo, el olor a los cuerpos quemados, la muerte…
La escena ha ocurrido (y ocurre) en muchos lugares de América Latina
El comienzo parece casi inocente: un grupo de muchachos, las diferencias que crecen entre algunos de ellos, las polémicas, los desafíos…El enfrentamiento deja poco a poco de ser verbal y de pronto un juego trágico se instala entre ellos. Un estúpido juego en el que las diferencias se dirimen así, con dos muchachos conduciendo su vehículo a toda velocidad hacia la muerte.
Al otro día lees la noticia en el periódico y no puedes creer la lógica del suceso. Una lógica primitiva y torpemente reptiliana. Una lógica excluyente: ‘soy yo o el otro’. Uno de los dos debe abandonar la escena. No hay espacio para ambos. Solo triunfo total para uno y derrota total para el otro. Es una lógica coloreada por una sensación de euforia casi delirante: ‘yo seré el triunfador, y si no lo soy pues seré recordado por siempre como un héroe’.
En esa lógica primitiva y en esa euforia delirante se abre un inmenso abismo entre yo y el otro. Se convierten en dos entidades tan radicalmente separadas que no hay negociación posible de sus diferencias. Solo una confrontación permanente hasta que uno de ellos literalmente desaparezca.
Aunque suelen desaparecer los dos…
Política, confrontación y negociación
Las diferencias, pequeñas y grandes, son el motor de la política. En toda ciudad, en toda región, en todo país, en todo gobierno, en todo partido…Diferencias: ¿cómo pensar la política sin ellas? Imposible.
El gran desafío es, siempre, cómo resolver esas diferencias.
La confrontación política juega un papel, claro que sí. Y de ella se derivan los juicios de la ciudadanía que van resolviendo esas diferencias en favor de uno u otro.
Pero esa confrontación tiene un límite, un marco, un escenario más allá del cual no resuelve nada.
¿Por qué?
Porque tu antagonista, tu adversario, tu enemigo, tu otro…no va a desaparecer.
Ese otro diferente al que te enfrentas con toda tu alma y que crees es el culpable de todos los males…ese otro seguramente no es una especie en extinción.
Por el contrario: ese otro seguirá representando a una parte de la sociedad.
¿Entonces?
Entonces hay que negociar para resolver las diferencias.
Tarde o temprano hay que negociar.
Y quien cree que la política es solo confrontación, pues no lo sabe pero va a toda velocidad hacia el abismo. Ese sí que puede estarse condenando a desaparecer.
La capacidad de negociación es la principal virtud del líder político
Escribí ‘la principal virtud’ sabiendo que es una afirmación polémica.
Pero sí.
Es la principal.
El político debe negociar con su familia y sus amigos para dedicarle tanto tiempo y energía a la política.
Debe negociar con los dirigentes de su partido en cada reunión.
Debe negociar con militantes de su partido en innumerables oportunidades.
Debe negociar con dirigentes políticos aliados con los cuales tiene matices de opinión.
Debe negociar con otros dirigentes políticos que están distantes de sus propuestas.
Debe negociar con organizaciones sociales y empresariales, con sindicatos, con gobiernos, con ministros, con opositores, con medios de comunicación, con todos…
Tan fundamental es la negociación que en el evento formativo que haremos a mediados de año en Madrid junto a la Universidad Camilo José Cela vamos a dedicarle un día entero al desarrollo de habilidades negociadoras.
¿Se puede negociar con todos?
Ya escucho algunas objeciones.
Que no, ‘que en mi país no se puede negociar’.
Que nada, ‘que hay gente con la que no se puede negociar’.
Que claro, ‘con este gobierno es imposible negociar’.
Que por supuesto, ‘con estos radicales no hay quien negocie’.
¿Sabes qué? Falso.
No hay situaciones en las que no se pueda negociar. Eso suele encubrir la incapacidad negociadora de muchos. O el temor a negociar.
Piensa, por favor.
Se negocia en las huelgas más duras.
Se negocia en las guerras.
Se negocia en las dictaduras.
Se negocia en las revoluciones armadas.
Se negocia en la toma de rehenes.
Siempre, aún en las situaciones más extremas, se recurre a negociar. Siempre llega el momento de la negociación. Y cuando los protagonistas no lo perciben, entonces el final es trágico.
Negocia con tu enemigo
Con tu enemigo, sí. Con el que está en tus antípodas. Con el que representa tu contracara, tu sombra, la suma de todos tus rechazos.
No digo que te entregues ni que seas blando ni condescendiente.
Digo que seas fuerte.
Fuerte en tus convicciones y en tus principios, en el coraje de ser quien eres tanto en la confrontación más dura como en la mesa de negociaciones.
Negocia para ahorrarle sufrimientos a tu pueblo.
Inclusive para salvar tu proyecto político, que no es tuyo sino de un sector importante de la sociedad.
¿Sabes cuántos proyectos políticos se han inmolado en el altar del ‘yo no negocio’?
Demasiados.
La política no es un juego de todo o nada.
No se trata de ganarlo todo o de perderlo todo para siempre. No hagas caso al pequeño círculo de radicales que te empuja con aplausos y vítores hacia el abismo. No hagas caso a esa zona de tus propios impulsos que te lleva a querer exterminar políticamente al otro.
Abre tus ojos y tu mente.
La mayoría de la gente de tu ciudad o de tu país no ve la política como una batalla donde unos se quedan con todo y los otros sin nada.
Ellos ven la política en su capacidad o incapacidad para darle soluciones a sus problemas cotidianos.
Respira.
Refresca tu mirada sobre la escena política.
Recuerda que tanto tú como tu enemigo representan a sectores sociales importantes.
Recuerda que tanto tú como tu enemigo seguirán estando allí en el futuro cercano.
Y negocia con tu enemigo.
Nadie saldrá ganando si 2 enemigos políticos avanzan uno contra el otro, frontalmente y hasta el final. Si los 2 se enfrentan con lógica de guerra hasta las últimas consecuencias, pues ninguno de los 2 proyectos políticos quedará en pie. Ambos serán apenas un montón de escombros y tu sociedad habrá retrocedido dolorosamente en el camino de las soluciones.
Con el tiempo se ve que son los buenos negociadores quienes terminan salvando los proyectos políticos. Los más radicales, intolerantes y drásticos…suelen ser sus enterradores.
Si estás montado sobre un vehículo marchando a toda velocidad rumbo a un choque de frente…¡despierta! Y si crees que tienes el 100 % de la razón y que toda la culpa es del otro, pues mayor aún es tu responsabilidad de negociar para solucionar y avanzar.
No para lograrlo todo. Para avanzar.
Después, cuando todo sea humo, explosiones e hierros retorcidos…después será tarde.
Fuente: Maquiavelo&Freud