La retirada de Mariano Rajoy es también, probablemente, el final de una época de esos estilos y liderazgos políticos. Abiertas las compuertas de la democracia interna en el PP para elegir a su líder (aunque sea con el airbag de la segunda votación de delegados); empujados por el tsunami estético-ético de Pedro Sánchez; y envueltos por la atmósfera exigente de la sociedad hiperconectada; los militantes (con cuota de pago actualizada, ¡ojo!) se enfrentan a un desafío extraordinario. No hay margen para el error, ni siquiera —quizá— para un liderazgo de transición. La proximidad de las elecciones municipales, autonómicas y europeas, y con el botón de la próxima convocatoria en manos de la máquina del tempo del nuevo y hábil equipo de La Moncloa, hace que el Congreso del PP se enfrente al abismo: deben acertar a riesgo de una posible implosión.
La competencia electoral es agotadora. Reduce la política al combate táctico. Convierte a los partidos en simples dispositivos electorales y a sus líderes en gladiadores políticos sin —casi— segundas oportunidades. El electorado (convertido en público) ávido de nuevas sensaciones, con una pulsión a la ambivalencia, el capricho o la emocionalidad extrema, y simplificando lo complejo en espectáculo, prefiere más el casting político que el mérito o el argumento.
El nuevo líder del PP se enfrenta a cuatro desafíos simultáneos y con algunas contradicciones o solapamientos entre ellos: garantizar la unidad interna, identificarse con su actual electorado, recuperar y competir por el voto perdido y el volátil, y —lo más importante— reconectarse, resintonizar con la sociedad española. Hubo un tiempo en que parte de la percepción de modernidad fue patrimonio del PP. Hoy, esta oferta está enmohecida, raída y, parcialmente, carcomida por el gusano de la corrupción. El tradicional eje ideológico de izquierda/derecha está siendo substituido por el de moderno/antiguo. Hay, por ejemplo, izquierdas rancias y derechas modernas. Estas son las nuevas cartografías del posicionamiento.
El casting es el nuevo método de selección postmoderno. Las formas son fondo. Los candidatos y candidatas deben, también, poseer unas soft skills que sean competitivas en la sociedad de audiencias y un storytelling personal capaz de convertir la trayectoria y la bío en un activo político que inspire confianza y emocionalidad compartidas. Con Rajoy se va un político capaz de resistir (y mucho), pero que ya no podía ni avanzar ni competir. Y el PP necesita competir por su derecha con Ciudadanos y avanzar hacia el centro sociológico y metropolitano, hoy en vías de recuperación por parte del PSOE de Sánchez, tras la espantada de Albert Rivera hacia el nacionalismo español.
El casting popular tendrá, probablemente, connotaciones generacionales, ya que futuro declina mal con veteranía, lamentablemente. El culto a la juventud como argumento es como una suerte de vigorexia política: la imagen que ves reflejada en el espejo acaba siendo, en realidad, un espejismo. La supuesta fortaleza es, finalmente, una debilidad. El mundo de los próceres de la política conservadora da paso —irónicamente— a líderes forjados en las Nuevas Generaciones, en un guiño semántico denotativo y, a la vez, connotativo. El tedio de la unanimidad congresual se transforma en un estimulante casting de ideas, estilos y personas.
Los militantes deberán decidir pensando en sí mismos, en los electores o en sus vecinos. Desde dónde se posicionen para decidir será clave. Maneras de ver, maneras de pensar, maneras de votar.
Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí