Por: Leandro Sallaberry Martínez
Ya nadie duda de que vivimos en campaña permanente. Es ése nuestro estado normal, con una reproducción constante de nuevas tecnologías y con redes sociales que se materializan a través del celular. Tampoco negamos de que a lo largo del día, son varios los “refresh” que hacemos en el celular. Queremos todo ahí, justo ahí. Se lanza una nueva temporada de nuestra serie favorita y en el minuto cero queremos terminar algo que todavía no empezamos.
Los políticos, que no son ajenos al cambio, a veces parecen estar en “modo analógico” y a varios clics del “modo digital”. Justamente, en tiempos en que todos tenemos un celular en la mano; o como en Argentina, donde las estadísticas nos muestran que hay un celular y medio por persona. La gente está en el barrio, en el colectivo, en el trabajo, en la plaza y, además, en el celular.
Las nuevas tecnologías y las redes sociales les dan a sus usuarios la posibilidad concreta de ser protagonistas; de poder decir, exigir y expresarse. Del otro lado, ya no es suficiente con que un político exprese lo que piensa en las redes sociales; porque los usuarios quieren respuestas, feedback. Lo que antes se decía en la sede partidaria o en una columna de opinión del diario, ahora se expresa en las redes sociales.
Antes, los actos partidarios multitudinarios eran una herramienta de conexión entre los referentes y el electorado. Ahí, en medio de un show que se montaba cuidadosamente, se hacían anuncios grandilocuentes. Hoy, las redes sociales son el canal directo de comunicación y el vecino, que tiene una actitud activa, responde, pregunta, repregunta, pide explicaciones y no se conforma con que le hablen.
Los ciudadanos están en Twitter, Facebook, Instagram y Snapchat, que tienen públicos distintos y formas particulares de construir el mensaje. Los políticos también están en las redes sociales y más allá de la virtualidad, la presencia en territorio es fundamental. El gobierno de Cambiemos, por ejemplo, complementa la comunicación en redes con sus habituales “Timbreos”, una manera de recorrer los barrios, de fomentar la cercanía y la escucha activa.
Cambia, todo cambia. Para anunciar una fórmula antes era necesario un acto, una nota en la prensa, un mensaje en la radio. Hoy, con una selfie en las redes sociales es más que suficiente. Texto, video, foto, encuestas y transmisión en vivo son algunas de las herramientas que ofrecen las distintas aplicaciones móviles, donde los políticos pueden mostrarle a los vecinos que son de carne y hueso, que sienten, que se equivocan y pueden pedir disculpas, que tienen familia, que les gusta leer o hacer deporte.
Ya no hay una relación marital entre voto y símbolo partidario y no alcanza con las fichas de afiliaciones. Aunque algunos crean lo contrario, ningún dirigente es el “dueño” de los votos. Esta idea tiene que ver con un fuerte proceso de personalización de la política, cuya contracara es la crisis de los partidos. Antes, el peso rector lo tenían los partidos políticos, hoy lo tienen las personas.
En ese panorama, el vecino quiere que le resuelvan sus problemas, que lo escuchen y ser partícipe y protagonista de las decisiones. Es ahí cuando elige a quién votar y a quién botar.
De igual a igual. El ciudadano, que tiene sueños, frustraciones, que circula por la ciudad, que se toma el colectivo para ir a trabajar o para ir a estudiar, no quiere eslóganes; quiere una relación más horizontal y que el político le dé las respuestas que está buscando. Incluso, las exige públicamente y no necesita de oficinas partidarias para decir lo que piensa.
El vecino quiere que alguien como él saque a su pueblo, a su ciudad, provincia o país adelante; que le de oportunidades, que mejore su economía, que baje la inflación, que tenga salud y educación de calidad; que pavimente su cuadra, que mejore la iluminación y que tape el bache de la esquina. El vecino no quiere soluciones mágicas ni un superhéroe; eso dejémoslo para el Chapulín Colorado.