¿Por qué un ballottage produce efectos políticos nada inocentes?

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Por: Mario Riorda

Un ballottage es una institución simple pero generosa en sus muchos argumentos a la hora de justificarlo. Y es cualquier cosa menos un instituto neutral o inocente. Genera efectos. Y por ello admite tantas críticas como defensas. Además, desde el cálculo individual, el votante puede usarlo de diversos modos.

Pero antes que la biblioteca se divida, sí queda claro su origen: un umbral. Nace de un umbral porcentual no obtenido por ningún candidato, lo que obliga a una nueva contienda electoral reducida a los dos más votados.

En la Argentina no es nuevo el sistema (ya fue implantado por el Estatuto Fundamental en el gobierno de facto de Alejandro Lanusse y luego reimplantado en la Reforma de la Constitución de 1994). Lo que sí es nuevo es su uso a escala nacional. No se había dado un ballottage a escala presidencial, aunque sí en varios distritos.

Por eso, primero rescatemos sus virtudes.

Una legitimidad ensanchada para quien gana.

El ballottage apunta a gestar liderazgos sustentados en, al menos, la mitad más uno de los votantes. Es decir, fuerza a crear mayorías absolutas cuando éstas no se dieron en la primera vuelta.

La moderación como virtud democrática.

Muchos sostienen que apunta a gestar un centrismo para quien desea ganar y así le resta chances a los partidos extremistas o las ofertas antisistema que, entre muchos competidores, pueden tener serias chances de ganar en primera vuelta. Se piensa que, pasando a una segunda vuelta, no lograrían recibir nuevos votos de quienes no pasaron la primera fase. Este fenómeno suele ilustrarse con la derecha extrema de Le Pen en Francia, por ejemplo.

La pelea válida es mano a mano.

En ciencia política se denomina “Perdedor Condorcet” al ganador que surge de una competencia múltiple, pero, en cambio, en una contienda uno a uno, siempre perdería. Le llaman “efecto Allende”, por Salvador Allende y su victoria en 1970 en Chile. Por eso, la segunda vuelta evita que una mayoría poco legitimada, débil, llegue a la presidencia y prioriza exactamente al contrario, al “Ganador Condorcet” -aquel que en una disputa vis a vis es capaz de vencer al resto de los candidatos. Este fue el argumento que intentó hacer prevalecer Sergio Massa en sus spots, tratando de hacer ver que él era el único que garantizaba la mejor performance en ese nuevo escenario. Se traduce como “voto útil”.

Sumar para hacer que los más superen a los menos.

Agregar votos, sumar, es imperativo para ganar. Como quien pasa a la segunda vuelta debe seguir agregando votos para poder ganar, la primera herramienta para ellos es formar coaliciones, algunas veces explicitadas formalmente, otras veces de modo implícito. Técnicamente hace que parte de los perdedores ganen algo, aunque no deja de ser un acuerdo de élites y teórico, que no siempre se constata.

Como dos grandes familias que sólo se juntan en las fiestas.

Hay quienes afirman que, como muchos candidatos perderán y luego serán llamados para construir coaliciones en la segunda vuelta, no hay incentivos a hacer coaliciones en la primera vuelta. Por eso, suele generar una tendencia a modelar un sistema de múltiples partidos especulativos, pero con una articulación y posicionamiento de tipo bipolar. Algo así como dos grandes familias de preferencias partidarias cuyos miembros saben que a la larga terminarán juntos. Y esto es mucho más real donde la elección para legisladores no tiene ballottage, entonces los partidos buscan representantes legislativos en la primera vuelta, y acuerdos posteriores y ejecutivos para la segunda.

Pero no todo es color de rosa. Hay miradas que se posan sobre sus efectos negativos. Veamos:

Un Pixar de mayorías prefabricadas.

Los más críticos afirmar que un ballottage genera una coalición de ficción. Una mayoría plebiscitaria y artificial que pone en riesgo la estabilidad del gobernante electo. Que genera la ilusión de que el apoyo popular es grande, cuando en realidad, los apoyos legislativos propios son siempre minorías o bien simplemente se agruparon para impedir que un “malo” llegue al poder.

Chau a los matices, o blanco o negro.

Dos países, dos modelos, dos sociedades. Parecería ser ese el resultado al que lleva un ballottage. A gestar un país con dicotomías demasiado evidentes. Y eso puede verse agravado porque las condiciones que las minorías imponen para sumarse a la coalición puedan adquirir, simbólicamente, un peso desmedido y hacer más visibles los contrastes.

Una fenomenal máquina para vetar.

Las mayorías negativas son también una consecuencia de los ballottages. Vale decir, agrupaciones de ciudadanos que se constituyen en votantes bloqueadores, muchedumbres con la única intención de bloquear candidaturas. Fue y seguirá siendo una importante práctica en todo el mundo. Muchas veces pasa esto para revertir el resultado de la primera vuelta. Así es que el resultado de las elecciones de la segunda ronda aparece muy dependiente, condicionado, y además resignificado por las contingencias y el escenario que haya dejado la primera vuelta.

Celebrities se buscan.

Si algo queda claro en ballottages es que hay que buscar apoyos amplios, muchas veces afuera de los partidos con contornos ideológicos muy definidos que suelen limitar la atracción de aquellos votantes que no tienen una identificación partidaria clara. Ahí aparece la necesidad de buscar outsiders. Y si eso es verdad, mucho más cierto todavía es que la política ha devenido en hiper-personalista, en donde los partidos dejan de tener líderes, y los líderes suelen ser pre-constitutivos o post-constitutivos de aquéllos. Es más, hay líderes que se gestan sin partidos.

Como un tetris fallado que no encaja.

En el futuro, pueden llover ideas en el Ejecutivo que no armonicen con la representación del Legislativo. Con las elecciones separadas (primera y segunda vuelta), los Ejecutivos no arrastran a los Legislativos. Vale decir, multipartidismo probable en los Legislativos que no calzan con el formato bipartidista del Ejecutivo tras ballottage. La obra bien podría llamarse mayorías sin armonía.

Aunque quieras (y puedas) ser campeón, no vas a poder demostrarlo.

Ya sabemos lo que es un “Perdedor Condorcet” y un “Ganador Condorcet” (el que entre muchos pierde pero uno a uno le gana a todos). Pero este ganador ideal, no tiene garantía de pasar a segunda vuelta y es normal que sea derrotado en la primera instancia si compiten contra algún spoiler (candidato que no puede ganar pero, desproporcionadamente, le resta votos a un competidor). Se quedará y muchos se quedarán con las ganas.

Quedaría mucho para seguir argumentando y para analizar en el contexto argentino actual, tanto como para otras realidades. Por caso, nada se habló de por qué un umbral y no otro, de la proporción de reversión de resultados más o menos cercana a 1 en 4, y de tantos otros temas. Sin embargo, queda claro que el ballottage será estrenado en Argentina y es toda una novedad. Ya está produciendo efectos en el comportamiento de los actores políticos hoy, pero más, muchísimo más en cómo modelará el sistema político luego de noviembre. Nada neutros, nada inocentes. Así son los sistemas electorales porque su misión es regular cómo se distribuye el poder.

Fuente: Blog de Mario Riorda


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