“La historia la escriben los vencedores”, es una frase muy conocida que se le adjudica al autor inglés George Orwell, famoso por su novela de ficción política “1984”. La realidad es que la historia oficial la escriben los historiadores, a sueldo de algún interés particular o por la mera pasión de perpetuar la verdad. En esta era de las plataformas digitales, de las redes sociales y la comunicación en tiempo real, resulta difícil no recibir retroalimentación de los mismos actores que de forma natural e inequívoca están escribiendo la historia enfrente de todos nosotros.
En 2018, en Estados Unidos vimos un récord de mujeres aspirando a elecciones, logrando que podamos comparar ese año en importancia con 1992, la última vez que a un año se le concedió el título de “año de la mujer”, hace 26 años.
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Los resultados de las elecciones de medio término del 6 de noviembre son para no olvidarlos jamás. La juramentación del Congreso número 116 rompió barreras desde mucho antes que sus nuevos miembros pusieran un pie en Washington, con decenas de historias empezando un nuevo capítulo en la historia del Capitolio. Ha sido el resultado de una sociedad multicolor y multiétnica que se propuso crear el Congreso más diverso étnico y culturalmente, y el de mayor presencia femenina de la historia. Los datos son claros:
- 106 mujeres juramentadas y 35 son nuevas, siendo las mujeres cerca del 25% del Congreso.
- La congresista más joven de la historia, Alexandria Ocasio-Cortez con 29 años.
- Las primeras mujeres musulmanas, Ilhan Omar y Rashida Tlaib.
- Las primeras mujeres indígenas, Deborah Haaland y Sharice Davids.
- Las primeras congresistas por el Estado de Texas, Verónica Escobar y Sylvia Garcia.
- La mayor cantidad de miembros negros con 52, tres en el Senado y 49 en la Cámara de Representantes.
- 42 miembros de la comunidad hispana, 38 en la Cámara de Representantes y 4 en el Senado.
- El colectivo LGBT cuenta con 8 miembros en la Cámara de Representantes y 2 en el Senado.
- Mucho ha llovido desde que Jeannette Rankin (Republicana-Montana) se convirtió en 1916 en la primera mujer electa a la Cámara de Representantes de Estados Unidos. La nación tuvo que esperar medio siglo para que en 1968 Shirley Chisholm (Demócrata-Nueva York) se convirtiera en la primera mujer negra en llegar a ocupar un asiento en la misma Cámara.
En el Senado, Rebecca Latimer Felton (Demócrata-Georgia) había sido en 1922 la primera mujer senadora, pero fue realmente Hattie Caraway (Demócrata-Arkansas) en 1932, quien llega a través de elecciones, y posteriormente sería Margaret Chase Smith (Republicana-Maine) quien se convirtió en senadora en una elección regular en 1948. Hace mucho tiempo que las mujeres dejaron de formar parte solo del equipo que asiste a los congresistas, hoy ellas son las congresistas.
Por muchos años, los hombres desarrollaron carreras legislativas tan largas y solidas que ocuparon sus curules por más de tres décadas. En Marcy Kaptur (Demócrata-Ohio), encontramos a una mujer que viene liderando su distrito desde 1983.
En 2016, Adriano Espaillat (demócrata-Nueva York) se había convertido en el primer congresista que había llegado a Estados Unidos como indocumentado. En la historia de las mujeres legisladoras también encontramos hechos inspiradores como aquel cuando Patsy Mink (demócrata-Hawai) en la década de 1960 se convirtió en la primera mujer de origen asiático en ganar un puesto en el congreso, o más recientemente, cuando la musulmana Ilhan Omar (demócrata-Minnesota) integró el recién inaugurado Congreso número 116, vistiendo su velo religioso y marcando 23 años desde su llegada al aeropuerto de esa misma ciudad, Washington, desde un campo de refugiados. Omar, hizo historia por partida doble, en razón de su religión y a causa de su origen como la primera somalí en el poder legislativo.
En la actualidad, el impacto de los llamados “techos de cemento” —los frenos autoimpuestos por las propias mujeres— es cada vez menor, en buena parte gracias a la autoconfianza generada por los “techos de cristal” —barreras socioculturales al talento femenino— que vienen rompiéndose cada vez con mayor frecuencia, pues achacar el problema al “miedo auto-impuesto” por las mismas mujeres frente a la actividad política, es seguir irresponsablemente agregando combustible para que los techos de cristal sigan blindándose en todos los niveles del poder, desde el municipal hasta lo global.
Aun encontrándonos lejos de alcanzar una democracia paritaria, es ahora cuando más cerca estamos en comparación con años anteriores, cuando lo veíamos venir desde una visión telescópica que infería años luz de distancia. En esta revolución de las mujeres nada nos puede sorprender, porque las barreras están en nuestras mentes —de todos y todas— de forma pasiva (autoinfligidas) o de forma activa (impuestas). En 2018, la primera ministra de Nueva Zelandia, Jacinta Ardern, dio a luz a su primera hija durante su mandato, enseñándonos que la capacidad de ser madre es totalmente compatible con la gestión pública o privada. La “Primera Bebé” de Nueva Zelandia hizo su debut internacional al asistir a una cumbre de Naciones Unidas, donde Jacinta apareció con su niña en los brazos.
En 1976, Yvonne Brathwaite (Demócrata-California) fue la primera mujer en dar a luz mientras ejercía un puesto legislativo en los Estados Unidos, siendo ella también parte de la minoría negra. Tampoco nos sorprende que en 2019 Nancy Pelosi (Demócrata-California) se haya convertido por segunda vez en Presidenta de la Cámara de Representantes, cuando nadie había retornado a ese puesto después de un intervalo desde 1955. No nos sorprende porque sencillamente no hay límites para los seres humanos cuando la equidad empieza a construirse.
Con la eliminación de los techos de cristal, y aquí agregaría otra barrera, el bullying político hacia las mujeres, se reduciría exponencialmente el temor que tienen algunas mujeres de pagar un alto costo personal y familiar con la incursión en la actividad política donde el sexismo, los insultos y el menoscabo de la reputación se vuelven la regla a la excepción cuando una mujer compite contra un hombre por un cargo. Probablemente, la razón de la inefectividad de algunas campañas de empoderamiento de la mujer se debe al hecho de enfocarse solo en los “errores” de las mujeres (techos de cemento) y no en los errores que está cometiendo la sociedad en su conjunto a través de los techos de cristal.
Un ejemplo claro de estos techos de cemento que la resistencia al cambio quiere mantener en la psiquis de las mujeres, lo encontramos en el video publicado por los detractores de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, donde se le ve bailando, en una grabación hecha en la Universidad de Boston en sus años de estudiante. Claramente la intención es avergonzar a Ocasio-Cortez, que ella y sus propios seguidores se avergüencen de un acto totalmente natural que si hubiera sido ejercido por un hombre hoy estaríamos aplaudiéndole por lo bien que baila. El efecto de esta artimaña fue adverso, el video se volvió trending topic (tendencia en las redes sociales), sus seguidores le dieron apoyo rotundo y para mostrarles a sus “haters” (lo que la odian) que no les guarda rencor, Alexandria entró a su oficina del Congreso con un estilo único: bailando nuevamente. Lo que se originó de la maldad, se convirtió en una bendición.
Fuente: CNN Opinión
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