Por Emilio Borrega
Conocer la evolución del liberalismo, desde su nacimiento con John Locke, en el siglo XVII, hasta llegar al siglo XIX y su posterior revisionismo, de la mano de John Stuart Mill, nos puede servir para aclarar el concepto de “liberal”.
Se trata de una forma de pensamiento que, a día de hoy, es re-acuñado, interpretado y utilizado por los llamados partidos de la “nueva política”, como algo innovador y capaz incluso de ser “pactado” con políticas antagónicas de otra índole, difíciles de entender en nuestro contexto político, más allá del interés de partido.
Para entrar en materia, permítanme hacer una breve reseña de estos dos pensadores:
John Locke, es un filósofo inglés nacido en Wrington, condado de Somerset, el día 29 de agosto de 1632. Estudió en la Universidad de Oxford y posteriormente llegó a ser profesor de la misma, impartiendo asignaturas como griego, retórica y filosofía moral. Además de en Inglaterra, vivió en Francia y estuvo exiliado en Holanda por su activismo político. Es autor de numerosos libros y ensayos sobre el liberalismo. Murió el 28 de octubre de 1704 en Essex.
“El liberalismo, como lo entendemos en nuestros días, es la evolución de un contexto histórico, donde, indudablemente, se ha hecho necesario ejercer mecanismos de control sobre el mismo”
John Stuart Mill, también inglés, nació en Londres el 20 de mayo de 1806. Fue filósofo, pensador político, lógico y, además, economista. Su padre, el también filósofo James Mill, influyó en su educación ya desde muy temprana edad. Con 3 años le enseñó el alfabeto griego, a los ocho comenzó a estudiar latín y algebra y ya conocía a Diógenes, Isócrates y Platón. Es autor de importantes obras liberales y neoliberales. Llegó a formar parte de la política activa en el Parlamento de Westminster en 1865. Murió en Aviñón el 8 de mayo de 1873.
Emilio J. Borrega es Técnico Superior en Seguridad Laboral y apasionado por la buena política. Ha compaginado siempre su trabajo con la política, donde ha sido concejal de Alcántara (Cáceres), Diputado provincial en Cáceres, Vicepresidente de la Diputación Provincial de Cáceres y Delegado de Recursos Humanos, SEPEI y Formación.
En la actualidad cursa Grado de Ciencias Políticas y Gestión de la Administración Pública en la Universidad Internacional de La Rioja.
John Locke, quien de alguna manera cierra el siglo XVI, es conocido como el padre del liberalismo. Nunca nadie hasta ese momento había reflexionado y adoptado una forma política tan novedosa en ese momento y que todavía perdura en nuestros días. Su participación en la política inglesa le costó el exilio durante unos años y, de regreso a Inglaterra publica además dos nuevos e interesantes tratados.
En estos tratados, John Locke supera los planteamientos de Hobbes, que hasta ese momento imperaban en la sociedad, y se comienza a hablar del derecho a la propiedad privada como principio base de este nuevo liberalismo.
Para Locke, el hombre ha que vivir en un estado de naturaleza; es decir, su estado ha de ser de paz, buena voluntad y felicidad. La naturaleza, puesta por Dios al servicio del hombre, es sinónimo de orden. Por lo tanto, el individuo busca el orden natural para vivir correctamente. El hombre tiene un derecho natural a ser libre y a gozar de la propiedad privada.
Esta ley natural proporciona un sistema de derechos, donde se protege lo particular de cada cual, y de obligaciones, donde se ha de respetar lo ajeno. Existe, por tanto, una libertad con límites. Con Locke, también desaparece el concepto de súbdito y aparece el nuevo concepto de individuo. Todo lo que el individuo pueda abarcar por sus propios medios formará parte de su propiedad. Esta teoría se impondrá en la Europa del siglo XIX, donde se consagran las libertades individuales y el libre cambio.
“Nadie tiene derecho sobre la propiedad de una persona excepto ella misma”, John Locke
“Todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le dé, es despotismo”, John Stuart Mill
Debe existir una libertad que garantice la organización de la sociedad. Acuña una frase significativa: “las libertades individuales son buenas para la sociedad”.
La filosofía de Stuart Mill se puede resumir en el respeto a los seres humanos, en la libertad política y social como bien en sí mismas y en el concepto de utilitarismo de la política, defendiendo que es un bien que ha de revertir en la sociedad. Su ideario concluye afirmando que un estado liberal es una tarea positiva y, a través de la legislación, se crean, aumentan e igualan las oportunidades.
El liberalismo, como lo entendemos en nuestros días, es la evolución de un contexto histórico, donde indudablemente se ha hecho necesario ejercer mecanismos de control sobre el mismo. Como forma de Gobierno es la ideal en nuestros días, pero su desmesura puede provocar convulsiones sociales, que han de ser controladas por el propio Estado/Gobierno para mantener un equilibrio de fuerzas donde nadie se sienta perjudicado.
Así lo vieron estos pensadores en su momento histórico y sobre esas conclusiones y reflexiones debemos forjar el liberalismo moderno del siglo XXI.
Ahora que estamos inmersos en la mal llamada “nueva política”, fluyen con más fuerza actitudes arcaicas que parecen no haber superado los tiempos de Stuart Mill o la filosofía inicial del propio Locke. Adaptamos nuestras ideas a los partidos políticos en función del interés del momento y no las ideas de raíz a la filosofía del partido.
Nos autodenominamos “liberales” en un tiempo donde las ideas políticas valen poco y donde prevalecen los intereses por encima de los ideales, porque -tal vez- esos ideales ni se conozcan ni se valoren ni se interpreten en pleno siglo XXI, sino que serán utilizados como propaganda política si suenan bien, sirven para el “trending topic”o me posicionan mediáticamente de cara a los medios.
¡Ay, si Locke levantase la cabeza!
Fuente: VisionBlog