Por Priscila Celedón
El mundo tiene hoy los ojos puestos en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Esta elección en particular, tiene muchas connotaciones para la dinámica de las democracias liberales, la economía mundial, y el control compartido de la Covid-19.
En un momento de crisis generalizada, en estas elecciones están en juego estructuras claves de la vida democrática, en especial valores, derechos fundamentales, la identificación y comprensión de los mayores problemas del gobierno estadounidense y las formas de solucionarlos.
Se enfrentan visiones muy diferentes en materia de gestión del Estado, economía, tipos de producción, ideología, cultura, migración y valores para la vida en sociedad, entre ellos, la solidaridad, la compasión, el valor de la vida, la honestidad, el orden y la seguridad. Se confrontan creencias sobre el sentido de la ciencia, el reconocimiento de la crisis del clima, las nuevas conexiones con la naturaleza, las relaciones internacionales, las alianzas, los principios básicos de las relaciones interpersonales, y la comprensión de la riqueza interracial, sus formas de interactuar y construir comunidad.
En fin, realmente es una ocasión muy especial, donde se chocan visiones de mundo y de liderazgo. Visiones que no siempre son producto de reflexiones académicas o de la experiencia, sino también instintivas, perceptivas y emocionales.
Es importante recordar, que Donald Trump fue elegido en 2016 por que supo canalizar de la mejor manera el malestar de una gran población excluída de los privilegios de la economía globalizada. Hizo parte de la ola de populistas autoritarios, con discursos basados en la ley y el orden, que prometieron recuperar la grandeza de sus países, acusando a los vecinos, migrantes y acuerdos de libre comercio de sus desgracias, sin considerar el modelo económico imperante y sus efectos en las democracias liberales. Ese Trump que grita, acusa rápidamente, es bravucón y habla sin pensar como candidato desde 2016 y todavía hoy, para muchos idealiza la imagen del triunfador, que por su riqueza y fama se hace merecedor de una libertad especial para proferir desatinos, insultos y bromas cargadas de irrespeto, racismo, permisividad ante los abusos policiales y discriminación de todo tipo.
La Presidencia de Donald Trump
Sin tener claridad conceptual, de objetivo y acción, y sin dejarse asesorar para mejorar esta condición, el Presidente Trump busca alternativas económicas. Varias de sus promesas de campaña de 2016 ha intentado cumplirlas a su manera, con un ejercicio del poder sin pliegues ni concertaciones. De esta forma va construyendo el muro en la frontera con México, a su costo y no de México; consolida una Corte Suprema de Justicia más conservadora y en ejercicio de su política exterior America First, ha tomado decisiones radicales ante algunos acuerdos económicos, se ha retirado de organismos multilaterales, y agrieta el sistema interamericano, debilitando el TIAR, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos e imponiéndose en el BID.
Una buena amiga economista me hizo caer en cuenta del intento del Presidente Trump por regresar a la época del mercantilismo. Estas gestiones le han generado aplausos en una población blanca rural, no universitaria, que ha estado desempleada y sin esperanzas, y ha visto el deterioro progresivo de sistemas de producción asociados al acero y los automóviles, afectados por cambios drásticos y la acción del libre mercado. Lo anterior agravado por una desigualdad cada vez más creciente y una escandalosa concentración de la riqueza en muy pocas manos. Con todo, los esfuerzos de Trump no han sido suficientes para mejorar de forma determinante la producción nacional. No ha funcionado lo suficiente resolver la praxis, sin comprender los problemas de fondo.
Por otra parte, dirigir un país desde el celular y las redes sociales, ha terminado convirtiéndolo en un personaje conflictivo para muchos hogares estadounidenses, que ven invadida su privacidad, con sus comentarios salidos de tono, posturas radicales y enorme ego, que se manifiesta a través de más de 200 trinos diarios. En este momento, al Presidente Trump le cuesta centrarse en una acción efectiva ante la crisis de salud, que ha cobrado más de 230.000 vidas de estadounidenses. Como dirigente no ofrece soluciones ni es capaz de controlar la situación, solo manifiesta una y otra vez su desafiante negacionismo frente a la ciencia médica y al impacto del coronavirus, y amplía su actitud negacionista a otros campos de la ciencia como el del cambio climático. Es paradójico que muchas veces el Presidente Trump desprecie y golpee los valores e instituciones que han hecho poderoso a su país, tanto en lo social como en lo institucional. Trump no se esfuerza por ser amable, no es compasivo frente a los débiles, no respeta la diversidad, rechaza con furia la migración -aún a costa de separar familias y poner en riesgos a niños-, y no se conduele de los que han perdido algún miembro de la familia en la pandemia o su empleo. Solo se mira a sí mismo y se enorgullece de ser un superhéroe inmune al virus. Sin duda esta actitud ha tenido que ver reducida su favorabilidad en un número importante de ciudadanos. Ante todo somos humanos y como tales nos conectamos entre nosotros, con políticos y líderes.
Ante un riesgo de salud en tiempo real, las personas buscan en sus dirigentes la protección de sus vidas, respeto por sus diversas condiciones y necesidades. Demandarles coherencia en la búsqueda de soluciones, es un derecho ciudadano. Esta crisis múltiple, de salud, economía y vida en sociedad, involucra valores determinantes para el desarrollo humano. Es decir, poner el bien común por encima de los intereses particulares. Sin duda estos principios, pareciera han comenzado a jugar en contra del Presidente Trump.
Posibles señales de cambio
Que más de 90 millones de estadounidense hayan votado anticipadamente, muy posiblemente más de la mitad demócratas -dado el comportamiento electoral de las últimas décadas-, envía un mensaje; las marchas de protesta ante la muerte injusta de ciudadanos afroamericanos por abusos policiales, también. Las alertas de fraude y posibles actos violentos para los días posteriores a la elección, habla de un Presidente Trump que envía un mensaje amenazante ante los posibles resultados; y el episodio de un bochornoso y agresivo primer debate, lleno de ataques, mentiras, verdades a medias, sin ideas, propuestas, ni mínimas reglas de respeto al otro candidato, envía otro mensaje. Todo lo anterior me dice que es muy probable que cambie la tradición de que la mayoría de los candidatos-presidentes son reelegidos. Creo ganará esta vez Joe Biden y con esto dará un respiro a los ciudadanos, regresándolos a la normalidad del comportamiento presidencial.
El antecedente de las elecciones de 2018, y la preocupación de los senadores republicanos de perder su mayoría en el Senado, también aporta elementos para soportar esta percepción.
Biden es un hombre amistoso, empático en la Era de la Empatía, que no cuenta con mucho rechazo en la población y los diferentes sectores. Además, para los indecisos, no muy cercanos a Biden, éste puede representar el voto por el mal menor. Hasta hoy ha logrado que Trump se vea más agresivo y su discurso de ley y orden, muy desconectado de lo que pide una población profundamente dividida y golpeada por un virus que ha cobrado la vida de tantos estadounidenses, y que ocupa el primer lugar en contagiados totales, ya van más de 9 millones.
Por otra parte, el candidato-presidente Trump se ha encargado estos años, de crear un sin número de enemigos y generar muchos campos de batalla paralelos. Ha convertido en enemigos a los científicos, ambientalistas, servidores de la salud, migrantes, muchos afroamericanos, organismos multilaterales tipo OMS, OMC y CPI, y exempleados de la Casa Blanca, solo para citar los más visibles. Ha agredido verbalmente a gobernantes de otros países, lo que prueba que no le ha dado a su cargo la dignidad que requiere.
De no ganar el Presidente Trump, la lección será: No es lo mismo ser candidato que candidato-presidente, por que ahora tu eres el poder y ya no funciona culpar a otros o a gobiernos del pasado, de los errores y fracasos.
Preocupa sí, en los dos candidatos, la falta de propuestas concretas para asumir la múltiple crisis que vive Estados Unidos.
Por ello, el panorama aunque no gane Trump, sigue siendo muy complejo. En los Estados Unidos la problemática interracial demanda atención urgente, dado que a partir de ella y de la polarización reinante en tantos aspectos, puede ser el elemento conexo con la débil distribución de la riqueza, que haga detonar el fascismo, como ocurrió con la Alemania de finales de los años treinta. Ya el conflicto interracial no aguanta más curitas, demanda una estrategia y políticas concretas, que partan del reconocimiento de la identidad cultural, impidan la repetición de hechos graves y generen nuevas relaciones y oportunidades, que lleven a una mayor convivencia y productividad.
Las crisis mundiales y la complejidad del gobierno entrante
En la actualidad, hay varias crisis mundiales paralelas y la polarización se extiende por el planeta. Por supuesto en Estados Unidos está la de la salud, que va de la mano con la económica, que a su vez se funde con la del cambio climático.
Sin duda, las democracias liberales se han deteriorado producto del impacto de un modelo económico cada vez más injusto. Un ejemplo importante es el de Chile, país pionero en la implementación del modelo, que hoy ante las protestas sociales persistentes propone un acuerdo social mediante la elaboración de una nueva Constitución nacional, y con ésta una respuesta a la crisis generalizada.
El modelo globalizador favorece la concentración de la riqueza en manos de muy pocos y la desigualdad creciente en todos los niveles, en especial el laboral y salarial. Tal desigualdad preexistente pero desnudada de forma cruda por la pandemia, atiza el malestar y la protesta, y con ella, la excusa para el surgimiento de populistas autoritarios que aprovechan el momento para mostrarse como los más comprensivos y comprometidos para resolver estas situaciones.
En momentos como estos, efectivamente, florecen las semillas fascistas, así lo han planteado un buen número de filósofos, historiadores, economistas y politólogos, y últimamente el Presidente Macron de Francia y la Canciller alemana Ángela Merkel. La oportunidad de aprovechar estos malestares económicos no son casualidad, como no lo fue en la Alemania que dio paso a la Segunda Guerra mundial. Los discursos totalitarios demandan en su gran mayoría, un conflicto social preexistente que golpea inclemente a una población. Sobre este caldo de cultivo, se fortalecen los extremistas, utilizando palabras mágicas que construyen falsas esperanzas, generando una especie de hipnosis colectiva en los ciudadanos. Ahora esta fórmula se potencializa con la influencia de la eDemocracia, las redes sociales y la Big Data, que permite en la era de la tecnología de la información, conocer a detalle los perfiles, gustos, ideología y características principales de cada ser humano partícipe en la red. De manera que se sabe qué palabras y mensaje empaquetarle.
Parar este nuevo populismo totalitario que busca tomarse buena parte de los países occidentales, no es posible sin profundizar en los análisis y salidas a la problemática económica. No serán suficientes las pequeñas modificaciones al modelo, es decir la cartilla rutinaria de ajustes del FMI, el BM o el BID, sino cambios de fondo, que implican comprender los efectos de la gestión del capital financiero en la población mundial. Es necesario resolver el modelo económico, antes que se amplíe la polarización, se generen guerras nacionales, que podrían convertirse en el cimiento de una nueva guerra mundial, en donde el problema no será posiblemente la invasión de países y el choque de ideologías, sino una batalla de los más desfavorecidos contra el gran capital, y los símbolos globalizadores, atravesada esta vez por el impacto demoledor de las redes sociales y una juventud que se niega a heredar las limitaciones e injusticias que sus padres y abuelos han vivido.
Paradójicamente la era de la tecnología ha generado un proceso democrático de conectividad e información, pero al tiempo una brecha cada vez más grande entre los salarios de los superejecutivos, que se autoremuneran sin moderación, y el resto de la población de Estados Unidos.
Por todo lo anterior, Si Biden gana las elecciones, la agenda es compleja, tanto en lo político, como en lo económico, ambiental y cultural. No solo deberá recomponer la institucionalidad deteriorada, orgullo nacional de los estadounidenses, sino repensar de fondo y en conjunto con los gobernantes del mundo occidental europeo, los cambios en el modelo económico y posiblemente las transiciones que para ello deban hacerse, así como liderar un trabajo conjunto en materia de cambio climático, migración y recuperación de las banderas democráticas, de manera que se impida la expansión contagiosa del fascismo en el mundo, y con él, la cercanía a una nueva confrontación mundial.
De todas formas, a Latinoamérica ya golpeada por la crisis económica y de salud, y con su sistema interamericano fragmentado bajo la era Trump, le conviene más para resolver estas crisis y encontrar caminos de solución al crecimiento de líderes populistas autoritarios, que gane Biden.
Hay que señalar que ante la crisis económica y de salud presentes, los extremistas latinoamericanos de la derecha, generan miedo a la población sobre la posibilidad que extremistas de la izquierda puedan tomarse los gobiernos, es decir, el fantasma sintetizado en la nueva palabra del miedo y control: “castrochavismo”, Sin embargo, se ha evidenciado que es más probable que los políticos y líderes que generan este temor sean precisamente los extremistas que bajo el miedo, creen gobiernos de terror en sus países, que no respetan leyes, que tratan de fusionar los poderes públicos para ponerlos a su servicio, y a quienes se interpongan neutralizarlos. Así la democracia se convierte en una palabra de bolsillo para sus gobiernos fascistas, aunque sigan intentando disfrazarse de héroes nacionalistas que les preocupa la suerte de sus países y población.
Por otra parte, también están varios gobiernos nacionalistas de ideologías de izquierda, que en los últimos tiempos funcionan desde discursos diferentes, pero con los mismos objetivos de los extremistas de derecha, buscando controlar a la población, limitar la libertad de prensa y pensamiento, reducir derechos y enriquecerse desde el poder.
Ante un panorama tan riesgoso, para el mundo y la vecindad de América, tener un Presidente calmo y reflexivo como Joe Biden en los Estados Unidos, sería favorable para tomar mejores decisiones, retomar alianzas acertadas y quitarle apoyo al populismo mundial.
Fuente: priscilaceledon-coach.com