En el ámbito del marketing político suele confundirse el rol del consultor político con el del asesor e inclusive con el del consejero. Tratemos entonces de aclarar las cosas.
Un consejero político es una persona, profesional o no, que es depositario de la confianza del aconsejado y cumple la función, como su denominación sugiere, de brindar consejos que pueden ser o no tomados en cuenta total o parcialmente.
Los políticos en general, candidatos, opositores o en función de autoridades, cuentan con variedad de consejeros, la mayoría de ellos camaradas, familiares y amigos. Los consejeros tienen la característica de mantenerse muy cerca del político y usualmente constituyen su primer círculo de confianza. Para ser consejero no interesa mucho la calificación profesional, las aptitudes o la idoneidad. El atributo más preciado, en este caso, es la lealtad.
El asesor político normalmente es un profesional que, a diferencia del consejero, puede o no tener una relación estrecha y de confianza con el político asesorado. Su característica es la formación y experiencia que lo califican para cumplir la función para la que ha sido convocado. Los políticos suelen contratar varios asesores para ayudarles en su desempeño. Generalmente los políticos seleccionan profesionales de diversas disciplinas para asesorar en áreas específicas que no son del dominio del asesorado o que constituyen especialidades difíciles de manejar (economía, educación, salud, vivienda, seguridad, etcétera). Las asesorías pueden ser utilizadas, en su totalidad o parcialmente, por el político asesorado, de acuerdo con su propio criterio de utilidad y pertinencia.
En cambio, el consultor político, a diferencia de los anteriores, es obligatoriamente un profesional del campo (comunicación política, investigación política u organización política) que los políticos contratan no para recibir consejos o asesoría, que pueden o no tomar en cuenta parcial o totalmente, sino atención profesional que deben aplicar necesariamente.
Los informes y análisis que expiden los consultores normalmente se explicitan en estrategias de acción que no se ponen a consideración de la opinión de políticos, consejeros o asesores, sino que se constituyen en guías, programas y proyectos estratégicos que deben ejecutarse.
La labor de un consultor político, en este sentido, se asemeja mucho más a la de un ingeniero calculista o un cirujano. El ingeniero no pone a consideración de su eventual cliente la cantidad de cemento u hormigón que deben contener determinadas columnas en una construcción; simplemente, de acuerdo con su formación y experiencia profesional, realiza los cálculos e indica cuánto material se requiere: aquello simplemente se debe cumplir para coronar con éxito el proyecto de la construcción.
Lo propio, resultaría ridículo que un paciente se pusiera a debatir con su cirujano sobre la pertinencia de una incisión o sobre los detalles postoperatorios. El cirujano debe hacer lo que tiene que hacer, ya que precisamente para eso ha sido entrenado y el paciente le contrata por sus servicios.
Sin embargo, esto que aparece tan obvio y lógico en el ámbito de la ingeniería o la medicina, no suele ser tanto en el marketing político. Allí, políticos, consejeros y asesores pretenden debatir con el consultor las estrategias y acciones que él indica, ejercicio que resulta a veces muy pernicioso para el éxito de los emprendimientos políticos.
Cuando un político no sabe diferenciar claramente entre las funciones de sus consejeros, asesores y consultores políticos se desperdician recursos, se duplican esfuerzos y muchas veces se toman malas decisiones.
Por esto siempre es mejor tomarse el tiempo que sea necesario para escoger un buen consultor político, experimentado y probado en estas lides, para después hacerle caso. Consejeros y asesores pueden haber muchos y variados… el político siempre podrá hacerles caso o no. En cambio, con el consultor no te puedes equivocar.
Fuente: Página Siete