Por: Alberto Astorga
Si contar con formación y experiencia es importante para el liderazgo, la inteligencia emocional es el elemento esencial, determinante e indispensable. Es la clave que ayuda a manejar los aspectos relativos a la autogestión personal y a la gestión de las relaciones interpersonales. No se puede liderar sin inteligencia emocional.
Además de la necesaria, pero no imprescindible, formación y experiencia, para terminar de pulir al líder, formar y entrenar a los cargos públicos, a los líderes de las distintas organizaciones sociales, políticas y de empresa, es necesario conocer aquellos componentes que integran la inteligencia emocional. Solo son cinco: el autoconocimiento, el autocontrol, la automotivación, la empatía y las habilidades sociales. Los tres primeros tienen que ver con las habilidades de autogestión; los dos últimos con la facultad de gestionar las relaciones con los demás.
Todo líder, con independencia de los distinta tipología de liderazgo que desarrolle y conforme a los que cada circunstancia exija, debe contar con esos ingredientes y controlarlos, contar con ellos como condimentos básicos de la receta de su gestión. Utilizarlos en la justa medida en que cada momento requiera. Siempre estarán presentes los cinco, sea en la proporción que sea. Esto es lo que hace que la cabeza “se haga”, se estructure, se configure adecuadamente para el logro de los objetivos que se marquen.
Autoconocimiento.
También denominado como autoconciencia emocional, es conocerse a uno mismo, sus propias emociones, puntos fuertes, debilidades, necesidades e impulsos. Se trata de la capacidad para reconocer nuestras propias emociones y cómo afectan a nuestro estado de ánimo. Aquellas personas que no son capaces de reconocer y describir verbalmente sus emociones padecen lo que se denomina alexitimia.
Nuestras emociones tienen una función de adaptación a las circunstancias. El no reconocerlas adecuadamente puede conllevar, no solamente enfermedades mentales, sino también físicas, además de provocar reacciones inadeduadas ante situaciones que no evaluamos emocionalmente.
La incapacidad de manejar los diferentes estados afectivos ocasiona siempre dificultades a la hora de establecer relaciones interpersonales y mantener vínculos afectivos estables. Por ello es un componente básico el aprender a identificar emociones y a expresarlas. Se debe desarrollar el autoconocimiento emocional detectando emociones básicas, asimilarlas, comprenderlas y autorregularlas.
En toda organización, se puede tener razón en los planteamientos ideológicos o en el desarrollo de políticas concretas, pero debe llegarse a las personas, a la gente, a los votantes, ponerse en su pellejo. Hay que alcanzar su corazón y sus sentimientos, acercándose e identificando las emociones. Y es esta una formación de la que hoy siguen careciendo nuestros representantes políticos, aunque tengan muchos títulos, lo que tampoco significa mucho.
Autorregulación.
Conocidas nuestras emociones, la autorregulación es la habilidad de autocontrolarlas en cada circunstancia y canalizarlas de forma útil. Saber reaccionar adecuadamente en los momentos de tensión o de crisis y controlar nuestros impulsos emocionales. Se trata de pensar antes de actuar.
Desarrollar nuestra autorregulación pasa por lo que se denomina asertividad. La asertividad es la capacidad de reconocoer los propios derechos y defenderlos, respetando a los demás. Es saber expresar los sentimientos propios tanto positivos como negativos adecuamente.
Quienes no son capaces de controlar sus sentimientos y sus impulsos, crean a su alrededor un entorno de confianza en el que las pugnas internas dejan paso a la productividad y al mejor logro de los objetivos. Tiene también un importante efecto contagio, pues si el líder es asertivo y autocontrola sus impulsos logrará que el resto de la organización también lo haga.
En circunstancias de inestabilidad, crisis o cambio, la autorregulación es una habilidad que aporta serenidad, flexibilidad y prudencia, además de conseguir una mayor cohesión en las relaciones y más eficacia en los equipos y en las organizaciones.
Automotivación.
Automotivarse es darse a uno mismo las razones, el impulso y el interés para hacer algo concreto o comportarse de una determinada manera. Es influir en uno mismo, en el propio estado de ánimo, para empezar o continuar una acción. La automotivación da la fuerza interna que impulsa constantemente a la persona a la obtención de un deseo, de una meta o de un objetivo. Es la energía que nos permite actuar y orientar el esfuerzo y el talento hacia la consecución de los objetivos gestionando adecuada y eficazmente los recursos de que disponemos para ello.
Un rasgo característico de todos los líderes es su enorme capacidad de impulsar sus propias emociones positivas para avanzar hacia los objetivos que se ha marcado y lograr los mejores resultados. Esa mentalidad emprendedora del liderazgo de obtener resultados más allá de las expectativas, valora más las oportunidades que aparecen que los problemas que puedan surgir, comprometiéndose en el desarrollo de aquellos proyectos en los que participa.
La automotivación ha de ser una constante que debe reactivarse cada día. Para ellos es muy importante tener presente el “para qué” se está trabajando con un objetivo concreto, manteniendo la conexión con el sentido último que deseamos alcanzar.
Empatía.
La empatía supone ponerse en el lugar del otro, de comprender, sin prejuicios, su visión de la realidad, aquello que pasa por su mente, su postura y sus opiniones. Se trata de tener su visión, no desde nuestra perspectiva, sino intentando pensar como piensa el otro, utilizando sus creencias y sus valores, compendiéndo qué sentimientos de una persona son posibles en la situación en la que se encuentra, aunque nosotros en su misma situación pudiéramos sentir de otra manera. Debemos abandonar nuestra propia “escala de importancia” para adoptar aquella otra escala que afecta a la otra persona.
Es una capacidad personal que falicita la comunicación, el consuelo, la resolución de problemas y las relaciones interpersonales, pero tiene también el riesgo de poder suponer una desconexión emocional con nosotros mismos. Ponerse en el lugar del otro, empatizar con él, no significa que nos quedemos permanentemente en su estado, pues debemos recordar que los primeros que tenemos que cuidar de nosotros somos nosotros mismos.
En los tiempos que vivimos, la empatía es uno de los componentes más valorados en el ejercicio del liderazgo. Daniel Goleman indica tres motivos para ello: la necesidad de cohesionar equipos formados con aportaciones y emociones distintas, la globalización y una mayor incertidumbre ante los entornos y la necesidad de conservar y estimular el talento en las propias organizaciones.
El lóder debe ser capaz de conocer y comprender la estructura emocional de su equipo, lograr que sus sentimientos individuales sean escuchados y que se canalicen adecuadamente a los objetivos de la organización. Eso se logra escuchando a todos para saber qué es lo que les frustra y cómo valoran a sus compañeros y, sobre todo, atender y valorar también sus opiniones adecuadamente. Conocer y comprender también las distintas actitudes que personas de distinta cultura, educación o etnia manifiestas para poder adaptarse a ellas y obtener mejores resultados. Y, por último, retener el talento es un reto en sí mismo, pues cuando un empleado o colaborador de valía se va, se lleva mucho de los conocimientos de la propia organización, ocasionando una pérdida considerable y obligando a formar y preparar a un nuevo miembro para el equipo.
Las habilidades sociales.
Por lo que se refiere a las habilidades sociales, podríamos definirlas como el conjunto de hábitos en nuestras conductas, pensamientos y emociones, que nos permiten comunicarnos con los demás de forma eficaz, mantener unas relaciones Interpersonales satisfactorias y sentirnos bien al relacionarnos con otras personas para el logro de nuestros objetivos.
No se trata de una cuestión de simple simpatía, sino que son pautas de pensamiento, emociones y conductas que nos permiten relacionarnos con los demás para conseguir aquello que deseamos con un máximo de beneficios y un mínimo de consecuencias negativas.
En las habilidades sociales se incluyen componentes tan diversos como la comunicación verbal y la no verbal, el hacer o rechazar peticiones, resolver conflictos interpersonales o responder eficazmente a las críticas o al comportamiento irracional de otras personas.
Mejorar las capacidades sociales es el resultado lógico de haber mejorado el resto de los componentes de la inteligencia emocional. Es es más eficiente en las relaciones interpersonales cuando se conocen, compenden y controlan las propias emociones y, a través de ellas, se demuestra empatía por los demás. Estar motivado da una nueva visión más optimista y positiva de la vida, las relaciones mejoran y las actitudes propias y de los demás se orientan con eficiacia al logro de los objetivos.
Fuente: Blog Vision Coach