Por: Antoni Gutiérrez-Rubí / Santiago Castelo
George Weah, considerado uno de los mejores delanteros de la década del noventa y el único africano galardonado con el Balón de Oro, es, desde enero de 2018, el presidente de la República de Liberia. Weah comenzó su carrera política en 2005, apenas retirado del fútbol profesional; entonces, fundó su propio partido, Congreso para el Cambio Democrático (CDC), y se presentó a las primeras elecciones que se celebraron en el país después de la guerra civil y que dieron como ganadora, en segunda vuelta, a Ellen Johnson-Sirleaf. Weah no bajó los brazos y se mantuvo en la escena política durante los 12 años de gobierno de Johnson Sirleaf. Esperó su momento —su olfato también es político— y en diciembre de 2017 venció al vicepresidente Joseph Boakai con el 61,5% de los votos.
Weah no es el primer deportista político. Hay otros que, como él, tienen cargos ejecutivos, como el exfutbolista Kaja Kaladze, alcalde de Tiflis, Georgia, Cuauhtémoc Blanco, gobernador electo del Estado de Morelos, y el exboxeador Vitali Klichkó, alcalde de Kiev. Otros que tienen puestos legislativos, como la mítica dupla Bebeto y Romario, el primero como diputado en la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro y el segundo como senador por Río de Janeiro, el exmotonauta y diputado argentino Daniel Scioli —que fue candidato presidencial en 2015—, y el filipino Manny Pacquiao, ayer boxeador, hoy senador. Y otros con responsabilidades ministeriales, como el argentino Carlos Mac Allister, actual Secretario de Deportes, y Pelé, que fue Ministro de Deportes de Brasil entre 1994 y 1998.
También habría que sumar un grupo que, sin ocupar cargos de ningún tipo, ha expresado sus posiciones políticas de una u otra manera: los deportistas politizados. Son los casos de Mohamed Ali y su compromiso con la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, y Sócrates y su militancia contra la dictadura brasilera: «Ganar o perder, pero siempre con democracia», entre otros.
El deporte y la política están estrechamente relacionados, siempre lo estuvieron y lo seguirán estando. Los mundiales son una oportunidad para reflexionar y debatir sobre esta relación. Así lo entendimos en nuestro proyecto Mundial Político —una iniciativa de ideograma, el think tank CIDOB y el periódico La Vanguardia— y hemos querido indgar en ello en este nuevo artículo de la serie sobre outsiders. Los candidatos que fueron antes deportistas tienen ciertas ventajas comparativas que vale la pena explorar, desde su alta popularidad hasta su estado físico.
Popularidad
Estos deportistas comienzan sus vidas políticas con un nivel de conocimiento total y altísimos índices de popularidad, algo que a los políticos tradicionales les cuesta muchísimos años lograr, en el caso de que, finalmente, lo consigan. Weah, Pacquiao, Romario, Kaladze… todos verdaderos ídolos en sus países. A veces, esa devoción se transfiere a la política, como es el caso de Romário, quien fue elegido para el Senado con el mayor número de votos jamás conseguido nunca por un candidato carioca. Aunque hay otras veces en que ser conocidos y queridos no es suficiente. Eso le pasó a Andrei Shevchenko, el mejor futbolista ucraniano de todos los tiempos, que se presentó a las elecciones legislativas de 2012, pero su partido no superó siquiera el 2% de los votos y el goleador no pudo hacerse con una banca en el Parlamento. La popularidad es condición necesaria, no suficiente.
Identidad Nacional
Pocos personajes públicos tienen un vínculo tan evidente con los símbolos nacionales como los deportistas que alguna vez representaron a sus países. Ellos han vestido los colores nacionales, han ondeado la bandera y han cantado el himno una infinidad de veces; y todas esas imágenes permanecen en el imaginario colectivo y son determinantes en ciertas ocasiones. Por ejemplo, en octubre de 2015, Didier Drogba, después de lograr la primera clasificación de Costa de Marfil en el Mundial de Fútbol, hizo unas estremecedoras declaraciones que ayudaron a poner fin a una guerra civil que llevaba 3 años y más de 4.000 muertos: «Ciudadanos de Costa de Marfil, del norte, sur, este y oeste, les pedimos de rodillas que se perdonen los unos a los otros […] Por favor, dejen sus armas y organicen elecciones libres». El mensaje caló muy hondo y significó el inicio del fin de la guerra. Drogba no dio (todavía) el paso a la política formal, pero participa activamente en organizaciones e iniciativas que promueven la paz, como Peace and Sport. Los deportistas pueden unir a los electores como la selección une a una nación.
Storytelling
La mayoría de ellos tienen historias potentísimas de superación personal que les convierten en modelos de referencia. Weah, por ejemplo, creció en Clara Town, uno de los barrios más humildes de Monrovia, y debió superar muchas dificultades antes de llegar a jugar profesionalmente en Camerún. Lo mismo Romário, que creció en Jacarezinho, una de las favelas más pobres y violentas de Río de Janeiro. Estos deportistas políticos, con frecuencia, recurren a sus historias personales para reforzar valores como el esfuerzo, el sacrificio o la perseverancia. «Con 4.683.572 de votos soy el senador más votado de la historia del estado de Río de Janeiro. Mis padres, ni en el mejor escenario, imaginarían que aquel niño que salió de la maternidad en una caja de zapatos ocuparía uno de los más altos cargos de la República […] Hoy entra en la historia un antiguo chabolista que ahora es senador de la República», escribió Romário en su página de Facebook.
Metáforas y recuerdos
Las metáforas, como señalaron los lingüistas cognitivos George Lakoff y Mark Johnson a mediados de los noventa, moldean nuestro pensamiento, guardan un poder simbólico capaz de estructurar lo que pensamos, decimos, hacemos y sentimos. Métaforas deportivas como «jugar en equipo», «patear todos para un mismo lado» o «tener la camiseta puesta” resultan extremadamente potentes. Romário, en su primera campaña, habló de «hacer un gol más por Brasil» y, recientemente, cuando empezó a mostrarse con Bebeto no habló de alianza, sino de «dupla». Kaja Kaladze fue todavía más explícito; en su campaña lució la camiseta del Dinamo de Tiflis, el club más popular del país, y en el que comenzó su carrera, y recibió saludos de Gennaro Gatusso, Massimo Ambrosini y otros compañeros de su época en el Milan.
Estado físico
Las campañas son cada vez más largas, casi permanentes, y los candidatos tienen que superar triatlones políticos que combinan territorio, medios de comunicación y mítines. Los deportistas, siempre que mantengan algo del estado físico que tenían en sus años en actividad, son capaces de soportar altos niveles de exigencia. Y, por otro lado, su apariencia, por lo general, contrasta visualmente con los «políticos de escritorio», que suelen tener físicos algo más descuidados.
En tiempos de desconfianza y descrédito de los actores tradicionales, el deportista político es un tipo de outsider muy atractivo por su popularidad y posicionamiento en todos los segmentos. Es un candidato que llega con algo del trabajo ya hecho. Además, como vimos, su mundo simbólico (desde su identificación con los símbolos nacionales hasta sus historias de superación personal) tiene un enorme potencial comunicativo. La política no es un deporte, pero estos outsiders quieren jugar y el partido está ahí para cualquiera.
(Este es el tercer texto de una serie de artículos que se irán publicando periódicamente sobre Outsiders en política). Publicado en: Aristegui Noticias (10.07.2018)
Artículos anteriores de la serie Outsiders:
– Outsiders II: Pastores y políticos (10.07.2018)
– Outsiders I: Los empresarios políticos (10.04.2018)
Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí