Por: Mario Riorda
En general los eufemismos son rótulos o nominalizaciones que funcionan como modos de expresión en donde se trata de “decir sin decir”, intentando minimizar, suavizar o reconducir el efecto de palabras e ideas.
No funcionan exactamente como sinónimos, porque el sentido al que aspira quién utiliza eufemismos es ir más allá de lo que se manifiesta en la superficie, y los enunciados apuntan a trabajar sobre lo explícito tanto como lo implícito, sobre lo denotativo, pero mucho más sobre lo connotativo.
En comunicación política podría creerse que el uso de eufemismos es una actitud reactiva o que aquellos funcionan como modo defensivo o inoculador. Y aunque normalmente se apela a expresiones que requieren una resignificación pública, sin embargo, los actores políticos definen su estilo comunicativo en función del empleo de uno u otro tipo retórico empleando las palabras en sentido distinto del que propiamente les corresponde y en donde hay una relativa mutación o traslación de significado, bien en lo interno (pensamiento) o en lo externo (palabra). Y ello hace que el uso de eufemismos sea también una acción proactiva.
No siempre con los eufemismos se oculta nombrar las cosas como son. Muchas veces es el único modo para construir argumentos innovadores o contra argumentos. En dicho sentido, son maneras de hacer entender lo nuevo para hacerlo más familiar y poder añadir más sentido persuasivo a estos nuevos conceptos. Con ello quiero decir que no es nada condenatorio su uso en comunicación política, más allá de abusos cotidianos que han generado estigmatizaciones para algunos actores políticos.
El eufemismo es una lucha por el poder de agenda de los argumentos y los significados. Se sostiene popularmente que el fuego se combate con más fuego, y por ello, los argumentos y significados sólo pueden ser contra argumentados con más y nuevos argumentos y significados. Curiosamente, mientras más audaz es el eufemismo, más capaz parece de captar la atención y de desarrollar su propio impulso intelectual, aunque ahí también radica el peligro de su banalización o ridiculización.
De modo constante los eufemismos se adoptan o resultan convenientes para sostener un discurso público. Aunque no siempre, suelen ser argumentos que matizan las verdades no muy placenteras, que por alguna razón son verdades inmencionables. Por eso siempre alguien puede pensar que estas prácticas, citando a los autores Christopher Hood y Michael Jackson, pueden operar “como un tenue velo sobre las verdades”. Pero vuelvo a insistir que hay uso de eufemismos que son simplemente marcas de estilo y que, muchas veces, son verdaderos atajos ideológicos que definen –o mejor dicho redefinen– una situación dada o una postura sobre dicha situación.
Los casos más habituales de eufemismos en el discurso político se dan en procesos de elaboración de significados durante gestión de crisis o alta conflictividad; acusaciones a terceros como modo de campaña negativa; acciones de inoculación en campañas de reelección o continuidad; procesos de argumentación en reformas políticas, sociales o económicas, entre otros. Nótese que su uso es tan común en la política doméstica como en la arena internacional.
Fuente: MarioRiorda.com