El sociólogo francés Patrick Champagne alertaba, ya hace más de dos décadas, que “la práctica (de la publicación) del sondeo de opinión y del sondeo político se ha hecho, un poco por doquier en el mundo, tan trivial que ya nadie se pregunta acerca de su validez científica y sobre sus efectos en la vida política”.
Esta inquietud lo llevó a escribir una obra que marcó época en la sociología política aplicada a los temas electorales Hacer la opinión, el nuevo juego político. No es mi intención realizar una glosa de ese importante estudio, pero tomaré algunos elementos que, me parece, vienen muy a cuento en nuestros días y en los procesos electorales a los que asistimos.
El tema es polémico y divide, a quienes se asoman a él, en partidarios y detractores. Los primeros realzan las bondades de la publicación de los estudios de opinión, básicamente con el argumento de que se trata de herramientas “científicas” que “proporcionan a los ciudadanos y a los políticos informaciones confiables que les permiten pronunciarse con conocimiento de causa”, mientras que los segundos cuestionan la fiabilidad de los sondeos, principalmente porque suponen que ninguno de ellos está al margen del interés de quién lo realiza (y publica).
Vale la pena aclarar a esta altura que no estamos poniendo en cuestión la validez de realizar estudios de opinión, sino su publicación y eventual utilización con fines políticos. Todo estratega político sabe de la inestimable importancia que tienen las investigaciones cuantitativas para su trabajo y nadie, que conozca a fondo la disciplina, podría cuestionar la realización de las mismas. El debate está en torno a la publicación de estos estudios y la probabilidad de su manipulación en relación a la denominada “opinión pública”.
La clave de la discusión está en responder cuál es la función de la publicación de las encuestas en los procesos electorales. Todavía alguna gente supone que sirven para predecir los resultados; que la mejor encuesta es la que más se acerca a los números finales que arroja una elección.
Por lo tanto, no está demás reiterarlo: las encuestas no sirven para predecir el resultado electoral, mucho más efectivos son, a este respecto, los métodos de mirar en las hojas de coca o en la borra del café. Las encuestas son herramientas de investigación del humor social, de las tendencias del electorado, de los miedos, afectos y desafectos de los ciudadanos, de la problemática existente en las circunscripciones donde se realiza la votación, en fin, de toda información relevante que pueda servir de insumo para el diseño y administración de la estrategia de la campaña electoral en un momento determinado y en un contexto particular.
Cuando las fuerzas en contienda publican las encuestas se suele creer que éstas influirán en el ánimo de los electores induciéndolos al denominado “voto a ganador”. Pero, está comprobado que ese efecto no existe en realidad. Cuando las publican los medios de comunicación, con el ánimo de informar a la población, no siempre toman los recaudos para explicar al público las limitaciones y condicionantes que tiene la validez del estudio que presentan a su consideración.
Por ello, un lector avispado que no quiera ser manipulado ni desinformado por la lectura de las encuestas de opinión, sobre todo políticas, deberá siempre tomar en cuenta por lo menos los siguientes elementos: a) que el tamaño de la muestra no sea tan pequeño; b) que la muestra sea representativa del universo en género, edad, nivel socioeconómico y nivel de instrucción; c) que las preguntas sean claras y pertinentes; d) que las preguntas no induzcan a una respuesta determinada (“¿usted cree que el Presidente debe reelegirse para seguir mejorando la educación, la salud y la vivienda del pueblo”); e) que los encuestadores hayan trabajado con supervisión y control y; f) que los datos obtenidos no sufran alteración informática en su disposición final.
Así, puede que nos sirva de algo leer una encuesta, lo contrario es quedar a merced de los “hacedores de opinión”.
Ricardo Paz Ballivián es sociólogo.