Votar desde los 16

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 Por: Pablo Simón

El debate sobre la reducción de la edad para votar es un tema que apenas politizado en España. Aunque en otros sitios sí que se ha planteado y aplicado, resulta llamativo que pese a la gran cantidad de reformas propuestas casi ningún partido o movimiento social haya recogido este guante. Si no me equivoco, tan solo Izquierda Unida defiende la reducción de la edad para el voto a los 16 años.  En cualquier caso, cambiar la edad para votar no es un tema central en ninguna agenda pero creo que es un debate que realmente merece la pena plantear. Si consideramos que el derecho de sufragio activo es uno de los fundamentos de la participación política, quiénes y cuándo se es titular de éste tiene enjundia suficiente para reflexionar sobre ello.

Antes de empezar a desgranar la cuestión, me gustaría señalar que un juicio sobre la reducción de la edad de voto no tiene nada que ver con que haya una mayoría social que la pida. Parece evidente que existen derechos que van más allá de lo que opinen las mayorías. Pero además, que un tema no atraiga el interés de la  mayoría social tampoco tiene por qué ser indicativo de lo pertinente de la medida determinada. Por poner un ejemplo, es complicado que pudiéramos llenar un estadio de fútbol con una propuesta de reforma de la administración pública, pero nada podría ser más urgente. Por lo tanto cualquier argumento contra la reducción que se base en el mero hecho de que no hay una mayoría detrás me parece poco consistente.

Si entramos en los argumentos a favor de votar desde los 16 años estos se pueden sintetizar en tres. El primero es que al poner la edad de votar a los 18 años estamos excluyendo a un segmento social de la participación y de traducir sus intereses en políticas. Sin embargo, aunque stricte sensu esto es verdad, no se trata de una exclusión permanente. Es decir, la comparativa con la exclusión del derecho de voto de las mujeres o las minorías raciales está fuera de lugar. Uno no deja de ser mujer o negro en su vida pero sí menor de 18 años ya que, por una cuestión vegetativa, acabarán cumpliendo ese requisito. El segundo argumento, algo más consistente, es que fijar la edad de votar en los 16 años es congruente con la existencia de otro tipo de derechos u obligaciones. Por ejemplo, a esa edad se permite tener autonomía en decisiones clínicas (hasta que la reformen, también en el aborto), el matrimonio  e incluso se propone extenderles el código penal en España. Por lo tanto, se trataría de ajustar en la edad derechos y obligaciones.

El tercero de los argumentos se refiere al efecto que puede tener sobre la participación electoral. El argumento es que al permitirse que la gente menor de 18 años pueda votar se incrementaría la participación, con lo bueno que eso tiene para el sistema político. Sin embargo, esto parece bastante dudoso. Si algo sabemos con bastante seguridad es que los jóvenes tienden a abstener en mayor medida que los adultos dado el conocido como “efecto ciclo vital” (vas participando más a medida cumples más años hasta estabilizarte sobre la madurez). Por lo tanto, el efecto agregado de una reducción de la edad de voto podría ser hasta una ligera caída en promedio. Pero es que no hay ninguna razón para pensar que cambiar el electorado puede mejorar la participación electoral. Realmente, hay elementos de contexto que son mucho más importantes. Por ejemplo, una elección reñida aumenta la participación pero escapa totalmente al control de dicha reforma. Además, la participación electoral no puede ser un argumento ni a favor ni en contra de ampliar el electorado. El hecho de que alguien decida o no ejercer un derecho no es excusa para dárselo. Igual que no se espera que aumente la participación, pensar que como la gente de menos de 18 años decide hacerlo hay que excluirlos del electorado es falaz.

Aquellos que se posicionan en contra de la extensión del sufragio a los menores de 18 años tienen su crítica más importante en la calidad del sufragio menor. El argumento que se maneja es que los menos de 18 años no tienen la capacidad para ejercer su voto de manera articulada y coherente. Para eso suelen basarse en datos de encuesta que señalan, casi de manera regular, que los menores de 18 años tienen bajo interés por la política, baja identificación partidista, poco conocimiento político o escasa consistencia actitudinal. Por lo tanto, reducir la edad del voto lo que generaría es una peor calidad democrática al generar un voto inconsistente.

Estas críticas normalmente se basan en los datos disponibles y en “contrafácticos”, es decir, en intentar estimar que pasaría si efectivamente votaran los menores de 18.  Sin embargo, tenemos la suerte de que ya podemos comprobar sobre el terreno si esas críticas son sólidas ya que desde 2008 Austria permite votar a partir de los 16 años. Por lo tanto esta supuesta “peor calidad” de los votos por debajo de 18 años se puede contrastar.

De entrada, se sigue apreciando que los austriacos por debajo de 18 años siguen siendo el grupo que más se abstiene. Sin embargo, hay varios puntos interesantes. En primer lugar, se demuestra que este grupo no es más incapaz de participar en política que el resto de ciudadanos. Indicadores de interés político, de participación no electoral o de conocimiento no señalan una diferencia relevante con otros grupos de edad por debajo de los 31 años. Pero además, los menores de 18 años siguen siendo perfectamente capaces de escoger sus preferencias partidistas como el resto de votantes. Finalmente, y muy relevante, las evidencias disponibles apuntan que la mayor abstención de los nuevos votantes no viene llevada por estos factores. Es decir, que los menores de 18 no se abstienen más porque tengan limitaciones cognitivas. Las razones de su baja participación electoral pueden ser otras (quizá prefieren otros medios no institucionales) pero en todo caso no podemos considerar que se deba a incapacidad.

Desgraciadamente, el impacto de la bajada a 16 años aún no se ha estudiado a lo largo del tiempo. Si una edad algo más temprana de voto permite formar cierto deber cívico y hábito participativo antes, necesitaríamos mirar diferentes puntos en tiempo pero, hasta lo que sé, aún no se ha hecho. Se sabe muy poco sobre el aprendizaje o interés que puede generar el hecho de tener acceso al sufragio activo, una ventaja de esta medida nada desdeñable. Por otra parte, aunque pueden presentarse dudas a si el caso de Austria puede ser generalizable, no se me ocurre en qué sentido los menores de 18 años allí pueden ser muy diferentes de otros países europeos – aunque podamos hilar más fino aquí.

En resumen, creo sinceramente que la idea de bajar la edad para votar a los 16 años merece ser debatida. Por eso visto que su principal crítica, la de la poca madurez política de ese tramo de edad, no se sostiene, su potencial para implicar políticamente a los más jóvenes no deberían dejarse pasar a la ligera.

 

Nota al margen: Hay una cuestión sobre la participación electoral que los fanáticos de las reformas siempre dejan de lado; el que todos los grupos sociales participen en la misma medida. Si una ventaja tenemos en España – y eso virtud también de tener un sistema electoral sencillo – es que no hay grandes diferencias de participación por renta o estudios. Sin embargo,cuanto más complejo hagamos el sistema de votar, más riesgo hay de introducir diferencias por esta razón. Por favor, no perdamos de vista que la dimensión de la igualdad política es un pilar demasiado importante como para comprometerlo por darnos un gustazo jugando a la tecnopolítica o los sistemas electorales imposibles.

Fuente: Politikon