Malala, la comunicación de una líder social

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Malala

Malala Yusufzai, por Facundo Arrizabalaga (EFE)

Por: Ángela Paloma Martín

Un blog. Comunicar para muchos puede ser tan sólo una palabra, para otros un verbo que implica una gran profesión, para otros una oportunidad apenas sin merecerla. Esa es la verdad. Sin embargo, parece que en el caso de la paquistaní Malala Yousafzai es un don además de ser el único clavo ardiendo al que tuvo que agarrarse cuando todo empezó a torcerse, el único clavo al que agarrarse como método de protesta y dar a conocer fuera de las fronteras de un colegio o un autobús escolar lo que ocurría en su país y lo que les ocurría a mujeres, niños… bajo las zarpas talibanes. Con tan sólo 11 años, abrió un blog en la BBC y escribía en urdu, y lo hizo en el momento de máxima tensión en su país arropada tan sólo por la sombra del terrorUna bala quiso destrozarle el habla y la sonrisa, dos elementos imprescindibles para la comunicación, pero no lo permitió. Hoy su voz se oye más que nunca y su sonrisa es capaz de contagiar a un mundo con sed de paz y justicia.

Bastón inspirador. Malala es mujer, sí, y viene de un país que es Paquistán. Una mujer niña, porque en algún resquicio tiene que quedar algo de la niña que un día fue. Pero, ¿saben? Tuvo y sigue teniendo un gran apoyo. Y un apoyo masculino: su padre, compañero de viaje, de lucha, compañero de causa justa. Su padre inspirador, como ella lo llama. Su padre el sostén, el mismo que creyó que una niña podría cambiar el rumo de la historia de su país o que podría ser escuchada a través de las balas que atormentan a un pueblo. Su padre creyó en su palabra, en el volumen que podía alcanzar su voz.

Un libro. Y soñar también es parte de la comunicación. Y Malala soñaba, deseaba ser vampira cuando leía Crepúsculo. Crepúsculo, un libro como recurso para imaginarnos qué quería ser Malala. Y, después, ella misma dio nacimiento a un libro para contar su historia: “Yo soy Malala”. Pero aunque la imaginemos siendo una vampira, sabemos que quiere ser política, ahora sí, ahora cuando ya no puede dar un paso atrás y ha quedado atrapada en la red de la responsabilidad. Porque sabe que lo que se puede llegar a pensar, se puede hacer. Y ese hacer conlleva cambios inimaginables.

Un sueño y un mensaje. Pero ella no sólo quiere ser política. Le ha revelado a la gran Rosa Montero que quiere ser líder social. Ella entiende con esta afirmación que los políticos de hoy quizás hayan olvidado ser líderes sociales. O quizás tan sólo sea que Malala entienda que un político es gestor y sólo gestor. Pero con su contundencia está haciendo también un reclamo: políticos del hoy y del mañana, hay que ser líderes sociales, ¿qué si no es un político? Malala os da tres ideas para ser líderes sociales (o mejores políticos): i) haced que la educación sea la base del cambio. Educación como arquetipo de todas las desigualdades posibles, de un paso más en la cultura de una nueva actitud. Los parches no sirven para apostar por la desigualdad. Los parches son, al fin y al cabo, el objeto de tapadera ante cualquier problema que no se sabe o no se quiere resolver. ii) El verdadero poder está en la educación y el conocimiento, el verdadero poder es aquel que encierra un lápiz y un libro, dice Malala. Y, por último, iii) ella emplearía como escudo la unidad del pueblo.

Un discurso. Aquel 12 de julio de 2013, cuando pronunció su discurso en las Naciones Unidas, Malala no tenía el mejor escenario, o no era el mejor para una niña. Tras de sí, los dibujos infantiles, los parques y los niños desaparecieron para dar lugar a una colección de corbatas desconocidas para ella. Aquel no era el lugar para una niña, pero sí era el lugar en el que ella debía estar. Ese día, sí. Sus palabras son balas de paz llenas de mensajes que movilizan, una activista que da la vida perdonando a quienes la dispararon en pos de una causa: la educación para las mujeres, para los niños, para todos como motor del cambio. Apenas lee, se dirige a su audiencia a los ojos, los mira a los ojos, desde sus ojos, para sus ojos, desde aquel en el que le dispararon. Para ella lo importante es su audiencia, mirar a su audiencia, conectar con ella, que sientan lo que ella siente. Su voz es contundente, cada frase es corta y clara. No da lugar a dudas. Y sus manos acompañan y subrayan cada mensaje de una manera tan natural que es imposible no seguir con la mirada el ritmo de sus gestos.

Malala puede ser lo que quiera ser porque no interpreta, siente. No dice, reclama. No sólo comunica, alza su voz al mundo. Malala se ha convertido en la persona más joven con un premio Nobel de la Paz a sus 17 años porque desde su niñez comprendió el poder del activismo, el poder de la palabra y el de la comunicación. Porque nos transmite su convicción de que un grupo de personas comprometidas puede cambiar el mundo.

 Fuente: Blog De Cerca