El 20 de junio de 2012, a las 4.03h, un fuerte terremoto sacudía la ciudad de Mantova, patrimonio mundial de la humanidad. Muchos de sus edificios históricos fueron destruidos, pero lo peor fue también la destrucción, los meses sucesivos, de numerosos puestos de trabajo. Al haber perdido todos los beneficios que dejaban los turistas, que fueron a otras partes de Italia en sus vacaciones, el pesimismo, en su futuro pero también en la labor de su alcaldía para recuperar la ciudad, era creciente. Este pasado mes de junio, dos años después, y ya preparando su campaña electoral, el alcalde aparecía en vídeos de Youtube indicando los proyectos que ya se han realizado y las mejoras que ha experimentado la ciudad para recuperarse. Es un modo de mostrar (y recordar) los avances realizados, con la figura del alcalde como protagonista, eintentando que el pesimismo desaparezca. Su única baza electoral era recuperar el optimismo de sus ciudadanos, y su confianza en él como líder de la ciudad.
Pero no es necesario ningún desastre natural. En Estados Unidos, por ejemplo, el pesimismo en su propio país ha ido en aumento los últimos 20 años (con excepción de los últimos años 90). De hecho, el máximo histórico fue en 2009-2010, cuando el 90%de la población decía que el país iba en mala dirección (ahora es el 60%). Sucede en todo el mundo, y ha sucedido siempre, aunque es en los últimos años, especialmente a partir de 2008, cuando el pesimismo, que se ha unido a la desafección política, ha empezado a llegar a niveles altísimos. De hecho, Robinson en 1975 ya afirmaba que, “en el largo plazo, los sistemas democráticos no pueden sobrevivir a una crisis monetaria o social con instituciones que carecen de la confianza del público y su respeto”.
Hay muchos estudios que hablan de las causas de ese pesimismo y malestar con nuestros líderes e instituciones. Recomiendo el gran análisis y resumen de Moy, Pfaub y Kahlorc, Media use and public confidence in democratic institutions, donde explican las potenciales teorías que intentan aclarar este pesimismo social: insatisfacción debida adeficiencias institucionales (teorizada por Citrin); la infelicidad de los ciudadanos debida a la economía, es decir, a lo que afecta en su vida diaria (Miller&Borrelli, Lipset, entre otros); aumento de la educación y toma de conciencia de los problemas (Converse); grupo social y desventajas económicas (Aberbach&Walker); falta de confianza en el resto de sociedad (Morin&Balz); negatividad de los medios de comunicación (Jamieson) o aumento del conocimiento político y cambio de actitudes a través de esos medios (Neuman, Just y Crigler, entre otros); y yo añadiría la teoría de Pippa Norris, de la videomalaise o “vídeomalestar”, por la que se entiende que el creciente pesimismo público hacia los líderes e instituciones políticas es generado por el ascenso del distanciamiento de la política real de la comprensión de los ciudadanos. O tal vez es un poco de todo, o de aún más razones.
El hecho es que el pesimismo existe, y que puede afectar a una campaña electoral. Además, si un candidato se muestra también pesimista, aunque sea para criticar al contrario (si está gobernando), produce baja simpatía. Como demuestran diferentes estudios, como los de Selingman, explicados por Brenders y Fabj en un artículo de la revista American Behavioral Scientist: los candidatos presidenciales pesimistas tienden a perder la confianza del votante y, por tanto, las elecciones. Los votantes estadounidenses eligen candidatos que expresan optimismo en lugar de pesimismo ya que no dan vueltas a los problemas, sino que hablan de soluciones y de futuro. Los votantes quieren presidentes que les hagan creer que pueden resolver los problemas del país. Un candidato que en sus mensajes o retórica es pesimista denota que no tiene el control, y eso es notado por sus electores. Y, añado yo, un candidato que no expresa su optimismo en el futuro, que no dice nada, es también un candidato pesimistao, al menos, al que le da igual que el pesimismo lo invada todo.
A menudo algunos políticos, especialmente cuando gobiernan, piensan que si hacen buenas cosas por su ciudad o por su país o región, los ciudadanos ya se darán cuenta y le volverán a votar. Piensan en la razonabilidad humana. Y Platón estaría orgulloso de ellos: “una sociedad de filósofos no necesitaría gobierno, pues estaría regida por el logos”. Pero el propio filósofo griego añadía: “pero hete aquí que nuestra alma no es sólo razón, sino que en ella domina la oscura fuerza del eros: pasiones, deseos, afectos, manías, entusiasmos…, determinantes esenciales de la naturaleza humana”. En política, esas pasiones incluyen el pesimismo, y hay que apelar al cambio, a la mejora, a recordar lo bueno hecho y lo que queda por hacer. Hay que apelar al optimismo de todos.
Algo así ha entendido el equipo de campaña de Javier Maroto, alcalde de Vitoria-Gasteiz, con un vídeo de precampaña, titulado “Que los nubarrones no tapen la realidad”apelando a dejar de lado el pesimismo y ver todo lo realizado. Es, a su vez, un ejercicio de rendición de cuentas, diferente a otros realizados por otros gobiernos, y es también, como bien indica la gran Itziar García, un buen ejercicio de storydoing: demostrar con hechos, y no palabras, lo realizado. Yo lo veo también como un ejercicio de volver a demostrar que hay energía para hacer cosas, y de que el pesimismo que impregna la sociedad no debe existir en la percepción que se tenga políticamente del alcalde vitoriano (o eso entiendo que quieren decir con el spot). Recomiendo verlo, para entender especialmente la parrafada teórica que he puesto aquí arriba 😉
En su libro de 1918, “La decadencia de Occidente”, Oswald Spengler sostenía que las civilizaciones decaen por el agotamiento de su fuerza vital. Creo que si no se excitan las emociones optimistas, también decaen las campañas, se agota la fuerza vital de los políticos, y con ella su credibilidad y la confianza que tenemos en ellos.
PD: Hoy me he pasado de teoría! Gracias si has llegado aquí abajo.
Fuente: Blog de Xavier Peytibi