Es importante distinguir, a grandes rasgos, entre dos disciplinas a la hora de enfrentarse intelectualmente al fenómeno de la política: la disciplina de la Ciencia Política y la disciplina de la Filosofía Política. No son lo mismo. Aunque ambas comparten un mismo objeto de estudio, sus metodologías, perspectivas y objetivos son sustancialmente diferentes.
La ciencia política es una ciencia social cuya finalidad es la descripción de la realidad política. “Descripción” aquí debe tomarse en un sentido empírico, esto es, la actividad propia de la ciencia política se desarrolla en base a una serie de datos recogidos a partir de la experiencia y clasificados en función de una taxonomía propia o unos esquemas teóricos previamente construidos.
Muy sucintamente, el objetivo de la investigación en Ciencia Política es establecer correlaciones entre hechos para poder formular leyes científicas sobre las cuestiones planteadas en el campo de la política. Un primer paso importante en la ciencia política es, por consiguiente, la acotación adecuada de la problemática que se quiere estudiar: el comportamiento de los electores en determinados países, el éxito de unas campañas políticas concretas, las diferencias y comparaciones entre las diversas actuaciones de los partidos políticos en un periodo de tiempo limitado, etcétera. Hablamos de correlaciones entre hechos porque, en el campo de las ciencias sociales es extremadamente difícil alcanzar una explicación total y definitiva en términos de causas y consecuencias. Es imposible encontrar la causa, única y omnicomprensiva, de la victoria de un líder político, por ejemplo. Las respuestas que se obtienen, por lo tanto, no revisten la forma de conexiones necesarias entre los fenómenos políticos ni de verdades absolutas.
Es más, estas leyes científicas de la política no tienen un carácter comparable a las leyes científicas de las ciencias naturales o de las llamadas “ciencias duras” (siendo la Física el caso paradigmático). Dada la complejidad de los objetos de investigación en el campo de lo social, las correlaciones tienen un alcance todavía más limitado y relativo. De ahí, por ejemplo, que los métodos cuantitativos de la estadística tengan una gran importancia en los procedimientos y técnicas de investigación en politología. La formulación de las explicaciones y las leyes en Ciencia Política siempre están abiertas a la crítica, al enriquecimiento con nuevos datos y a su posible refutación a partir del descubrimiento de nuevos hechos empíricos o de la reconsideración de los viejos. En palabras de Karl Popper, la ciencia política –como cualquier otra ciencia– tiene como rasgo determinante, como característica que la distingue y la demarca en su estatuto particular, el poder ser falsable. Dicho en otras palabras, las hipótesis que se establecen para explicar los interrogantes políticos nunca pueden alcanzar una demostración más allá de toda duda o una certeza incuestionable. Y precisamente su exposición a las posibles objeciones, le confiere su carácter científico y le permite progresos en el conocimiento empírico, a diferencia de otros discursos que no comparten estos métodos. Asimismo, cabe apuntar que los métodos cuantitativos no son los únicos que funcionan en Ciencia Política, sino que también existen métodos cualitativos, descripciones fenomenológicas, relatos de impresiones subjetivas o análisis de entrevistas que complementan el armazón metodológico más matematizado. Lo cuantitativo y lo cualitativo, lejos de estar en contradicción, tienden a complementarse para poder dar cuenta de forma más amplia y minuciosa de los hechos políticos sobre los que se investiga.
La Filosofía Política, en cambio, no tiene por objetivo hablar de lo que sucede empírica y realmente (el ser), sino que se interroga sobre la normatividad y lo hace en términos valorativos (el deber ser). Con un ejemplo se verá más claro: al preguntarse por qué la ciudadanía obedece al conjunto de leyes, el científico social recaba una serie de datos y los restituye en una explicación empíricamente articulada. Se dice: los ciudadanos, por ejemplo, obedecen una ley por miedo a una sanción o castigo –y luego la hipótesis se constata mediante datos de la experiencia recogidos según la metodología apropiada al caso. En contraste, la Filosofía Política se pregunta por la legitimidad de las leyes; es decir, por qué los ciudadanos deberían obedecer la ley; esto es, cuál podría ser la justificación de la autoridad legislativa por sí misma, a priori. Aquí los criterios difieren profundamente. La teoría política se centra en un lenguaje valorativo y trata de responder sobre los fundamentos que darían razón de la existencia de unas u otras instituciones políticas. Sin llegar a ser su cometido la narración de utopías (ámbito más literario que filosófico), la Filosofía Política es un discurso de segundo orden respecto de las realidades políticas. Su herramienta principal es la reflexión: no se dirige a los hechos para comprobar hipótesis que se hayan podido aventurar, sino que se pregunta por las normas y los principios que deberían regir en las comunidades políticas. No se trata de enfrentarse a la realidad en primer término, sino de ahondar en sus fundamentos últimos o de analizar el sentido de las categorías que se usan para describir estas realidades.
La Filosofía Política, en consecuencia, es más un metalenguaje (un lenguaje sobre el lenguaje) que un lenguaje particular. Grandes interrogantes sobre el bien, la justicia o la libertad política han sido y siguen siendo parte de la ocupación de los filósofos políticos. Si se mira bien, la existencia de estas preguntas eternas podría llevar a la conclusión de que son irresolubles por naturaleza. Aun así, vale la pena el empeño de responderlas.
Fuente: Blog Filopolítica