El método de negociación de Harvard es uno de los más usados en todas las organizaciones. Se caracteriza por ser simple y práctico. Características despreciadas ―lamentablemente― en la mayoría de las tradiciones políticas. El método, desarrollado a finales de los años setenta por Roger Fisher, William Ury y Bruce Patton, nos enseña a negociar de forma eficiente a través de un proceso que se concentra en identificar y satisfacer intereses, aunque no sean compartidos a priori.
Cuatro principios son la clave de ese proceso:
1. Separar a la persona del problema.
2. Concentrarse en los intereses y no en las posiciones.
3. Inventar opciones de mutuo beneficio.
4. Insistir en la aplicación de criterios objetivos.
El paso ―histórico― de las alternancias a las alternativas en la política española (después del resultado del 20D) va a obligar a nuestros líderes a revisar sus apriorismos, sus líneas rojas. Estas parecen más excusas que argumentos.El miedo a negociar los atenaza. Y los inutiliza. No se trata de renunciar a los principios, pero hay que evitar que estos impidan que la política (también la negociadora, la que pacta, la pragmática) cumpla su función de servicio público, de bien común, de interés general. Es decir: que sirva para resolver problemas, no para crearlos o agravarlos.
Estoy convencido de que uno de los cambios regeneradores que debemos incorporar en la cultura política española es la capacidad de estar abierto a nuevas y diferentes influencias para la resolución de problemas, conflictos o retos. El mundo de la innovación emprendedora es una fuente inagotable de inspiración para refrescar nuestras ecuaciones y mapas mentales. Maneras de ver, maneras de pensar. Por ello, más que nunca, la política renovadora debe estar dispuesta a nutrirse de nuevas ideas, tradiciones y experiencias que vienen del mundo de la gestión. No estoy hablando de postpolítica, sino de introducir más variables para ejercer una política más deliberativa. Se trata de abrirse a nuevas disciplinas. Si las ventanas no se abren, nunca entra aire fresco. Y acabas envenenado de tu propio oxígeno, hasta que lo consumes haciéndolo irrespirable.
Mason Currey, autor de Daily Rituals: How Artists Work, investigó a más de 160 artistas y creadores de todas las disciplinas: desde compositores a filósofos, pasando por científicos, escritores y también políticos. Descubrió algo que por intuido o conocido no deja siempre de sorprender: el método inspira, el método es creativo.
El método Harvard, por ejemplo, demuestra (con décadas de éxito) cómo nuestras ideas se vuelven incapaces de resolver problemas cuando se arman desde las afirmaciones y no desde las preguntas. El que afirma, no puede dudar y casi nunca cambiar. Con ambas limitaciones es ―casi― imposible y acordar. Esta es la cuestión. Se pacta con el adversario, con el rival. Pero se puede hacer cuando el miedo a perder a tu posición es menor que el miedo a perder la oportunidad de ganar, juntos, o a la vez. De nuevo, los intereses por encima de las posiciones. También en política.
Desde una renovada cultura política, parece extraño (y sospechoso) negarse ―de entrada― a explorar las posibilidades de acuerdos y pactos con formaciones políticas que comparten espacios electorales, ideas políticas, y soluciones programáticas de amplia base y coincidencia. Hay quienes están más preocupados por el futuro de sus partidos y posiciones, que por los problemas de los electores y de la política. La falta de coraje intelectual es el síntoma más evidente de la falta de confianza en la política que construye. Construir una alternativa no es fácil, ni cómodo. Pero cuando es necesaria, debe ser una exigencia democrática. Este miedo, paralizante, es revelador. Y abrumador. ¿En manos de quiénes estamos, o estaremos? ¿En manos de líderes perezosos?
Los electores castigarán, con severidad, a quienes prefieran ―o provoquen― una segunda vuelta… a la espera de mejorar sus hipotéticas posiciones a costa de renunciar a sus responsabilidades. Muchos ciudadanos y ciudadanas han votado para que nuestros líderes no se queden en la trinchera, en sus líneas rojas, tan confortables como inservibles para la mayoría. Quieren que las crucen, que exploren las tonalidades, las gamas de color, las hibridaciones, las mezclas. En definitiva, los compromisos, los acuerdos. Es tiempo de salir a campo abierto. Desconfiemos de los puros. Su pureza es su pereza. Y a veces nuestra perdición.
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Fuente: Blog de Antoni Gutiérrez-Rubí