La Innovación Política Para Movilizar

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Por: Alejandro Yordi W.

La única constante de nuestra existencia es el cambio. Desde las variaciones del clima hasta las apariciones de arrugas en la piel, el paso del tiempo señala una conclusión inevitable: cada segundo somos diferentes al anterior. Y sin embargo, tenemos la trágica costumbre de apegarnos a la ilusión de permanencia, de preservar el orden conocido y evitar en lo posible cambios drásticos en la sociedad.

Pero no todos piensan así. Como víctimas directas del avance del reloj, el lugar que actualmente ocupamos fue ocupado ayer por alguien más, y mañana seremos sustituidos por otras personas en un continuo ciclo inherente a la historia de la civilización. Siempre habrá una nueva generación menos apegada al status quo sedienta por dejar su propia huella, y que más adelante tratará de mantener el nuevo estado de las cosas como muchos lo hacen hoy.

La política de nuestros días se ha convertido en un complejo sistema burocrático incapaz de responder apropiadamente a los retos actuales. O como dice Eduardo Alayón en referencia a la socialdemocracia europea, estamos viviendo “la crisis del reformismo, o lo que es lo mismo, la imposibilidad de ésta de reformar el capitalismo y la realidad social”*.

En este sentido, el deseo de ruptura se esparce fácilmente y exige de la dirigencia política acciones innovadoras para hacer temblar el tablero. Pero esta innovación política, más que como una propuesta de introducir novedades, he decidido asumirla como una capacidad de generar cambios reales en la sociedad. Pues no son las tecnologías más recientes ni el articulado discurso con palabras de moda, los medios idóneos para lograr hacer la diferencia. La innovación, a mi parecer, no radica en cambiar el formato televisivo por el digital, sino en destrancar el juego político para favorecer los verdaderos intereses ciudadanos en vez de seguir profundizando la desigualdad.

Innovar, hoy día, es recuperar la función política original. Es decir, solucionar problemas comunes y no dedicarse a mantener la tranquilidad de quienes ocupan posiciones de privilegio económico y social.

Esta capacidad de generar cambios, como nos ha mostrado la historia, está asociada a la prevalencia de importantes inquietudes sociales que se manifiestan con fuerza en el ámbito público. Cuyo reflejo más significativo suele ser la movilización política de un colectivo. Movilizaciones que suceden a diario en todos los países del mundo bajo una gran diversidad de formatos. Pero que lamentablemente, la mayoría sirve más como desahogo que para impulsar las reformas en cuestión.

Movilizar al electorado en torno un tema de interés conlleva un enorme riesgo. Tanto empresas y organizaciones privadas como los diversos entes gubernamentales, han perfeccionado con el tiempo el arte de evadir las exigencias populares con estrategias y medidas ficticias, a fin de apaciguar el clima de opinión pública y pasar la página. Gracias a los avances en materia comunicacional, resulta más sencillo entender cuándo y cómo ocurren estos casos. Pero en vez de alimentar el compromiso público con tales exigencias, se traducen en una frustración colectiva que desmoviliza y genera mayor escepticismo en causas futuras.

Un caso ejemplar es el de Venezuela, que bajo el gobierno chavista desde hace 17 años ha sido testigo de numerosos llamados de movilización por parte de la oposición. Pasando por un paro nacional, multitudinarias marchas en la capital y bloqueos de calles y avenidas en las principales ciudades del país, han animado y frustrado a buena parte de la población, consiguiendo resultados electorales importantes pero ningún cambio político para este sector de la sociedad. Es más, las temidas consecuencias de la gestión pública se han profundizado, lo que se traduce en una cosecha significativa de escepticismo y desmovilización. Por lo que la pasada marcha del primero de septiembre debe ser entendida no sólo como una oportunidad clave para recuperar la confianza de quienes comprenden la responsabilidad del gobierno en la crisis nacional, sino también como un momento de mucho cuidado para no acabar con las expectativas ciudadanas al no materializarse un cambio efectivo de rumbo político.

La pasión está en el riesgo, reza un dicho popular, y es hora de que los dirigentes políticos acepten la necesidad de arriesgarse. Necesidad porque el cambio es la moneda común que enriquece la política de los países avanzados (o mejor dicho, que avanzan). Arriesgarse a abandonar esa inquietud por parecerse al resto, en la imagen física y digital, en el discurso y en las propuestas. Correr el riesgo de caerse y levantarse de nuevo, pero con una propuesta propia de cómo podemos sortear las dificultades presentes y los retos del futuro que muchos tienden a ignorar.

Las movilizaciones deben tener un norte claro, unos objetivos precisos. En su naturaleza debe estar planteada una actitud de mayoría activa, y no de victimización. Porque quien acude a una actividad política no espera ser un mártir o reflejo de la injusticia social, sino que ansía la probabilidad de una victoria política y moral con efectos tangibles en la cotidianidad.

Más allá de la agenda que pueda tener cada partido político tras una movilización, debe haber principios irrenunciables que defiendan el bienestar colectivo más que el electoral. Y no sólo por ética ciudadana sino por cuestión de credibilidad. Pues un partido que no cumple, más temprano que tarde recibe la factura de una militancia resentida. Un costo casi fatal cuando nacen nuevos liderazgos cada día. La economía del voto no es ficción. El voto castigo está más vigente que nunca. Es el rechazo, y no el apoyo, lo que abunda en la sociedad. Y creer contar con apoyo sólo por estar en el lado contrario del rechazado es la actitud más ingenua que se podría tomar.

Si nos movemos por una causa común capaz de generar empatía y sumar adeptos, debemos dejar de lado el racionamiento malo Vs peor, así como abandonar la concepción de lucha por un mejor país para el futuro (y no para el presente). Pues nuestra historia no es la historia de nuestro país; nuestra historia es la historia de nuestra vida. Y promesas que sólo se cumplen a través de la pantalla tienen muy poco valor.

Entonces podremos aprovechar todas las técnicas e ideas innovadoras para movilizar que asesores y especialistas puedan proponer. Podremos construir un marco narrativo bien articulado que no le tema a las iniciativas ni a las críticas de la comunidad. De esta manera, no nos arriesgaremos a un mayoritario rechazo del electorado, independientemente del resultado, pues reconocerá que lo intentamos y trabajamos arduamente por lo que creemos es mejor para su bienestar.
*La democracia en busca de sí misma, www.debate21.es


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Fuente: Política Comunicada