Por: Ignacio M. Granados
Desde que anunció su candidatura a las primarias del partido republicano para optar a la presidencia de los Estados Unidos y, sobre todo, desde que ganara la nominación claramente frente a sus otros 16 rivales republicanos para enfrentarse a Hillary Clinton, los medios de comunicación se han entretenido en desacreditar a Donald Trump poniendo de manifiesto su inexperiencia como político, escasa formación, desconocimiento del funcionamiento de la administración, ignorancia en política internacional o economía… todo ello para desacreditarle como candidato. Es cierto que sus declaraciones polémicas, tuits controvertidos y el vídeo en el que habla de forma grosera y machista sobre las mujeres también han contribuido a generar una actitud burlesca hacia el millonario. Y a nivel personal, se le ha definido como egocéntrico, caprichoso, ignorante, homófobo, racista, misógino, abusón o niño malcriado convirtiéndole en un personaje caricaturesco.
A pesar de ello, consiguió ganar las elecciones y proclamarse presidente de los Estados Unidos. Acostumbrados a que los políticos se desdigan de lo prometido durante la campaña electoral, una vez alcanzado el poder, las primeras medidas de Trump en la Casa Blanca están siendo sus tan cacareadas promesas electorales de desmontar la reforma sanitaria de su predecesor (Obamacare), establecer la construcción del muro fronterizo con México, cumplir escrupulosamente las leyes migratorias, retirarse del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) con la región Asia-Pacífico o iniciar la construcción de dos oleoductos -paralizados por Obama por sus efectos climáticos-.
Por tanto, mientras nos tiene pendientes de sus tuits y entretenidos con sus “hechos alternativos”, el populista y antiestablishment Trump, en su primera semana en el despacho oval, ha iniciado su agenda reformista para mayor regocijo de Wall Street cuyo Dow Jones alcanza un record histórico.
Se ha dicho de Donald Trump que no tenía programa electoral, que no estaba preparado para ganar y que no tiene equipo, pero esto da igual cuando tu único objetivo es debilitar la democracia frente a los mercados y adoptar medidas que favorezcan a las grandes fortunas (como la suya, a pesar de que abanderó el voto contra el establishment). Ahí está nuestro error, pensar que va a gobernar para todos los estadounidenses cuando lo está haciendo ya para unos pocos.
Mientras la Unión Europea sigue perpleja, confusa y noqueada por el triunfo del brexit y el ascenso de opciones políticas nacionalistas y populistas, Trump cultiva la semilla de la incertidumbre alabando a Vladimir Putin; alardeando de amistad con el líder del UKIP, Nigel Farage; de simpatía con Marine Le Pen; y recibiendo a Theresa May, el primer mandatario internacional en reunirse con él.
La Unión Europea se encuentra en su mayor crisis desde su creación con la salida voluntaria del Reino Unido; la posibilidad real de abandono del euro de varios de sus países miembros; el ascenso de partidos nacionalistas y populistas que proponen abandonar el seno de la unión y que parece, según los sondeos, cosecharán buenos resultados en las próximas elecciones holandesas, francesas y alemanas (y más que probables italianas)… Es decir, incertidumbre, inseguridad y debilidad para ejercer de contrapoder a Trump cuando este reto debía servirnos para cohesionar el proyecto europeo, redefinir una UE más real, efectiva y activa y erigirse en un actor fuerte frente a los Estados Unidos de Trump (y de paso Rusia y China en el nuevo orden mundial que se está gestando).
No deberíamos seguir despreciando a Donald Trump ni minusvalorar sus acciones fantaseando con que no será capaz de terminar su mandato. Durante la campaña electoral Trump se enfrentó a todos y se menospreció a sus votantes y, pese a ello, cosechó 63 millones de votos. Donald Trump ha sido capaz de conectar mejor emocionalmente con los ciudadanos frente a otras opciones más racionales y ahí está la clave, no se mueve en el mundo de la respuesta cabal, sino en el de las emociones, donde la posverdad y la desinformación tienen la batalla ganada. Nos ha impuesto su relato y tratamos de combatirle con sus reglas del juego, por lo que llevamos las de perder. Mientras sigamos gastando nuestras energías en desacreditar y despreciar a Trump y sus seguidores, mientras estemos entretenidos con las fakenews, él seguirá con su agenda reformista desmontando nuestra sociedad -nuestra democracia liberal-, para construir la suya -su modelo proteccionista, aislacionista e intolerante- en la que no caben nuestros valores. Y cuando nos queramos dar cuenta, será demasiado tarde. Parece que al final, Trump no es tan tonto.
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