Por: Priscila Celedón
El conocimiento y la tecnología son trascendentales hoy más que nunca en el desarrollo planetario, ahora bien su uso al servicio del desarrollo humano, del crecimiento económico y de la sostenibilidad del mundo, dependerá de quién tenga el poder para hacerlo y sus propios intereses.
En un mundo marcado por la turbulencia, las situaciones extremas y la vivencia en tiempo real de los hechos micro y macro planetarios, somos todos más vulnerables que nunca a la instrumentalización de los nuevos conocimientos del cerebro, del algoritmo que se encuentra al interior de las redes sociales y de los mecanismos más avanzados para difundir un mensaje e impactarnos con él.
Pues bien, en ese orden de ideas la noticia es el liderazgo de los nacionalistas en la aplicación exitosa de la neuropolítica, en el manejo y la manipulación de la información generada por las redes sociales así como la creada en el marco de éstas (falsa o verdadera), y en la canalización de todo ello en una comunicación política que le habla a los sentimientos más profundos del ciudadano, y por tanto lo conmueve hasta convertirlo en un votante partidista casi autómata, o para decirlo de otra manera, un fanático que actúa bajo efectos parecidos al de las drogas o la hipnosis colectiva.
Este hecho comienza a convertirse en un paradigma de la nueva ultraderecha, tanto la que viene creciendo en el continente americano como en el europeo.
Sin embargo, para que este proceso de manejo del ciudadano elector tuviera éxito y pudiera replicarse en diferentes partes del mundo, se necesitó de una serie de ingredientes claves, que lamentablemente han aumentado y hoy se encuentran fácil en buena parte de la vida cotidiana de la población de estos dos continentes.
Estos ingredientes del virus antidemocrático son: a) Una economía débil, fluctuante, con altos índices de desempleo, soportada en una globalización que eliminó las identidades de los pueblos y se percibe solo fue exitosa para los banqueros del mundo. b) Una migración en aumento y sin objetivos predeterminados, que impacta en las ciudades donde llegan huyendo de guerras, pobreza y hambre. c) Terrorismo impredecible, delincuencia descontrolada y frágil autoridad, que genera inseguridad física en el ciudadano y se asocia con la migración -esta última puede que no genere por sí misma esta inseguridad, pero es percibida como su principal amplificador-. d) Corrupción globalizada y transversalizada, que contamina todos los sectores de la economía, tumba presidentes, deteriora servicios públicos, genera obras de mala calidad, y enriquece en forma impensable a dirigentes de todos los niveles y partidos.
Ante los anteriores elementos, el ciudadano común reacciona desde sus sentimientos, ya que está siendo vulnerado en su dignidad y su valor justicia, soportando además en muchos casos terribles desigualdades sociales y económicas. Este ciudadano percibe su espacio invadido por migrantes de los cuales desconfía y a quienes acusa internamente de robarle su posibilidad de empleo, de reducir su ingreso, de ponerlo en riesgo de ser víctima de la delincuencia que entrañan sus carencias económicas; y se siente burlado por los dirigentes que han robado los dineros de su salud, su educación, su bienestar en general y sus sueños.
Esta vulnerabilidad generalizada de poblaciones enteras, se traduce en el retroceso paulatino de los valores postmaterialistas (solidaridad, derechos ciudadanos de tercera generación, ambiente sano, cuidado de los animales, entre otros) a los valores materialistas o de supervivencia, analizados y monitoreados a detalle por el politólogo Ronald Inglehart, a través de su Encuesta Mundial de Valores. Estos valores de supervivencia por supuesto tienen que ver con la seguridad física, la seguridad alimentaria y la seguridad económica principalmente. Es decir, cuando al individuo se le coloca en situación de amenaza peligrosa, el individuo buscará gobernantes fuertes, que hablen con agresividad y muestren poderío, que evidencien la rabia y el odio que él no puede manifestar, que hagan claridad sobre la necesaria exclusión de otros que implica la supervivencia y en general, un gobernante que canalice sus sentimientos e instintos primarios, los que identifica como determinantes para sobrevivir bajo la ley de la selva.
Ante la ley de la selva, la ultraderecha tiene el discurso perfecto para ganar el voto de confianza del ciudadano que desea sobrevivir a las situaciones amenazantes. Es decir, plantea posiciones radicales de defensa ante los migrantes y la delincuencia, de protección de la libertad individual, de enfrentamientos de la corrupción y de recuperación de la economía, de exclusión y odio a la diferencia sospechosa, de defensa del concepto unívoco de familia.
Atrás quedan los valores que generan el desarrollo sostenible, la protección del planeta ante el cambio climático, y los demás derechos que implican haber superado antes las etapas de supervivencia del ser humano. No es posible pensar en “el otro” si debo sobrevivir yo y mi familia. Por otra parte, como señala Inglehart, al aumentar las dificultades para sobrevivir, entran en auge las religiones como apoyo a las personas para hacer frente a situaciones peligrosas.
Ahora bien, el discurso de la ultraderecha a partir del conocimiento del cerebro político y del apoyo de los centros de pensamiento que casi siempre le instrumentalizan este conocimiento para las elecciones, es contundente. Parte de saber con certeza que nadie vota con la racionalidad sino con las emociones, por ello estimula las emociones más importantes para la supervivencia, como son las del miedo, la ira y la identificación de un enemigo -cierto o imaginario- al cual vencer. Por supuesto, para generar en este mundo hiperconectado una comunicación política eficaz no solo se requiere un discurso consistente y exitoso, es indispensable conocer a los destinatarios, por tanto es indispensable utilizar los macrodatos de las redes sociales para conocer a detalle qué piensa y qué le gusta al grueso de la población, así se puede empaquetar mejor el mensaje y saber gradualizar alguno subtemas, como los económicos, o los de la justicia por ejemplo.
La consultoría política también se ha globalizado, por tanto consultores de Estados Unidos, Europa y latinoamericanos pueden replicar de mejor manera en un país estos métodos previamente probados y exitosos en otros. La actitud del bravucón, del que puede decir una “barbaridad” y vociferar sobre cualquier tema, no diciendo sino muchas veces vomitando un mensaje políticamente incorrecto, se ha puesto de moda. Trump, Bolsonaro, Duterte, las elecciones del No a la paz y la construcción del partido Centro Democrático para la presidencia de Colombia, guardan muchas similitudes.
Cuando Trump dice en Iowa durante su campaña presidencial de 2016 que “podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”, queda claro que parte del conocimiento de cómo funciona el cerebro político, es decir, que sus asesores le han informado como señala uno de los expertos en este tema, Drew Westen, que los partidistas no cambian de postura política por nuevas informaciones sino por nuevas emociones. No obstante, puede que un hecho así de desafiante generara nuevas emociones, pero mejor no intentar comprobarlo.
Sobre todo lo anterior, se avanza en una epidemia de autoritarismos, marcada por el odio a la diferencia, la polarización social y familiar, el surgimiento de ciudadanos agresivos que como en trance piden violencia y circo, muchos que ya han olvidado las lecciones, angustias, desolación y vergüenza que dejó la segunda guerra mundial, otros que desconocen la historia de la caída del muro de Berlín, la guerra de los balcanes, la guerra de Vietnam y el sin fin de eventos trágicos generados por la deshumanización y la vivencia única de los valores de supervivencia, donde se hace cierta la expresión de Thomas Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre”.
Lo que son para Europa los migrantes musulmanes, para América Latina son los migrantes venezolanos. Se construyen sobre ellos los prototipos del miedo y el enemigo. Así se crea y multiplica el concepto del “castrochavismo”, que acorde con la cercanía geofísica a Venezuela va a causar mayor o menor impacto, dada la multiplicidad de migrantes con los que te encuentres a diario. Por eso fue definitivo el discurso del miedo al castrochavismo en Colombia y ahora en Brasil, países fronterizos. Al tiempo Maduro, que podría no estar muy lejos de Trump en cuanto a actitud inapropiada y planteamientos verbales violentos, termina convirtiéndose en el enemigo principal ante el cual hay que actuar por miedo al contagio, cuando realmente el contagio es otro.
La izquierda que gobernara América Latina en los noventa y buena parte de la primera década de este siglo fracasó casi por completo en el subcontinente. No resolvió los problemas estructurales y participó de la corrupción rampante y globalizada, por tanto dejó la puerta abierta a este violento ingreso de la ultraderecha, ya sea ella en su versión directa y agresiva o en ocasiones disfrazada de “unidad y concertación”.
La ultraderecha se viste de antisistema pero realmente es fascismo y de la mano de este fascismo llegará de nuevo la guerra en sus diferentes y terribles facetas, por ejemplo en el caso colombiano se seguirá haciendo todo lo posible para evitar se consolide la paz, para ello se continuará justificando la “limpieza social”, y se hará fuerte resistencia al conocimiento de la verdad de los actores y los actos de la guerra y a la restitución de las tierras arrebatadas a sangre y fuego a campesinos en medio del conflicto.
En este momento la ultraderecha comienza a ocupar el vacío que está dejando el liberalismo como ideología y forma de gobierno en decadencia. El discurso de las libertades ha sido arrebatado a los progresistas, y ahora se confunde con un llamado urgente a la violencia para defender esas libertades, paradójicamente en manos de los representantes más represivos.
En todo esto juega especial importancia el control de las emociones de la población, para ello es indispensable el manejo de noticias falsas o fake news, ya que a partir de ellas y de la manipulación de medios con su aquiescencia o involuntariamente, se genera el miedo o la ira necesarias para lograr el voto ciudadano. En este punto, fuera del respeto por los más valientes y admirados periodistas que en cada territorio existen y son conocidos, se observa el fracaso total del periodismo para ponerse al día en el conocimiento científico de todo este proceso político de finales de los veinte del siglo XXI y para asumir un renovado papel que lo libere del capitalismo globalizado que lo ha secuestrado. Es lamentable observar cómo el manejo de muchos medios mundiales así como nacionales y regionales, evidencian desconocimiento total de qué hacer ante lo que está ocurriendo o en los peores casos, una reverencia vergonzosa frente a la comunicación política de esta extrema derecha. Terminan así haciéndole el juego al poder, fortaleciendo su mensaje o resistiendo muy débilmente, ya que el desconocimiento en materia de ciencia, neuropolítica y tecnología política frente a la ultraderecha moderna, es como responder con una pistola de balines a una bala de cañón.