Una de las razones que, quizá, puede ayudar a explicar el desgaste y el deterioro de la política representativa es su incapacidad para poner en la agenda pública los grandes temas contemporáneos que afectan a nuestros modelos de vida y a sus bases socioeconómicas. Temas centrales que afectan a las condiciones cotidianas de nuestros conciudadanos y que son evitados, cuando no −directamente− olvidados. Incapacidad e ignorancia para abordar (diagnóstico, reflexión, propuesta y cambio) temas críticos como los trastornos de conducta, sean alimentarios o mentales, por ejemplo. Trastornos que reflejan rupturas interiores en los equilibrios psicológicos, fruto de desgarros múltiples en los que las condiciones socioeconómicas ocupan un lugar central en la etiología de estas disfunciones.
Esta larga y profunda crisis ha hecho empeorar la salud mental de nuevos colectivos, también, que hasta ahora parecían inmunes a estas dolencias. Muchos pequeños emprendedores, artesanos, profesionales y comerciantes presentan ya síntomas como insomnio, tristeza o irritabilidad. Las depresiones han aumentado casi un 20 % en los últimos años. Y todavía más: «los casos de ansiedad se han elevado un 8 % mientras que la situación actual hace que entre el 1 y el 3 % de la población esté en riesgo de sufrir un brote esquizofrénico», según informes recientes como el del Observatorio de Salud Mental de Catalunya que coincide con muchos otros estudios y diagnósticos.
Los problemas habituales de la crisis económica (pérdida de empleo, vivienda, prestación social o la ruptura de la cohesión familiar) son factores de riesgo para los problemas de salud mental. La interiorización de estas condiciones socioeconómicas, como síntoma del fracaso personal, agudiza el aislamiento y la culpabilización de muchos ciudadanos. Y estos se infligen un castigo adicional en forma de desórdenes de conducta y comportamientos hostiles y refractarios hacia los entornos de proximidad. Las depresiones destrozan vidas de personas que se sienten, previamente, derrotadas o ignoradas. El círculo derrota-frustración-soledad-ruptura-trastorno se lleva por delante vidas e ilusiones.
La política parece ausente o displicente a estas realidades. No hay voces, pronunciamientos, propuestas que hablen y sitúen estos temas en el debate político. No aparecen nunca en los debates electorales. Ni tan siquiera para alertar sobre los costes insostenibles que tienen sobre los sistemas de salud y, en especial, sobre el brutal impacto que los tratamientos antidepresivos tienen en la factura sanitaria de las cuentas públicas. Así, sin debate y sin propuestas, el gasto corriente de farmacia deteriora, todavía más, el gasto público. En síntesis, los trastornos depresivos constituyen, por tanto, un problema de salud pública de alta relevancia en todo el mundo. Y en España, también. Tenemos un problema de salud pública con la salud mental que es, a la vez, por su origen, un problema político, de políticas públicas y de modelos de sociedad.
Mientras, el discurso oficial habla de un mañana de días azules y soleados. Esta misma semana, en el acto de entrega del premio Carlos V al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, un Mariano Rajoy más optimista que nunca ha dicho: «Sé que si perseveramos, desde la solidez de nuestras convicciones y la firmeza de nuestros principios junto con el resto de los europeos en ensanchar los caminos de la libertad, la justicia, la cohesión y la solidaridad, los europeos tendremos por delante un mañana colmado de días azules y soleados porque ni el mundo ni nosotros podemos prescindir del proyecto de integración europeo».
Las mañanas soleadas y los días azules son noches de oscuridad para millones de personas. Oscuridad mental y social. No hay sol, ni color. El Presidente tiene la obligación de estimular la confianza colectiva. Sí, tanto como reconocer que para muchas personas, el mañana es, precisamente, la constatación de sus peores pesadillas. Necesitamos una política capaz de mirar la realidad de manera más completa y más íntegra. Capaz de comprender que la mayoría de los indicadores vitales para la ciudadanía no son, precisamente, macroeconómicos. Sino un mundo micro, casi individual, de silencios y frustraciones que nos atenaza y nos deteriora. Hablemos, también, de los trastornos mentales. La política no puede ni debe ignorarlos. Y sus representantes públicos, todavía menos.
Fuente: Blog de Antoni Gutierrez-Rubí