¿Por qué los líderes políticos no piden nunca perdón?

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Por: Euprepio Padula

¿Por qué a los líderes políticos -y por extensión también empresariales- les cuesta tanto asumir responsabilidades públicas, incluso en situaciones dramáticas? España, como buen país latino, es especialmente rico en políticos que jamás asumen un error.

Basta un rápido repaso a la historia reciente de nuestro país para encontrar situaciones límite, traumas colectivos, como el 11-M. En aquel caso nadie asumió jamás responsabilidad alguna y, mucho menos, se pidieron disculpas. Comenzando por quien era presidente, José María Aznar. El relato es conocido, pero no está de más recordar tanto las negligencias policiales y de inteligencia en los meses previos a la masacre -todos los condenados habían confidentes habituales y estaban ‘controlados por policía, Guardia Civil o CNI- como los gravísimos errores políticos que se cometieron.
A pesar de que existía desde el principio una sospecha más que fundada de los responsables de la carnicería eran terroristas islamistas, el Gobierno de la época apuntaba a ETA… porque creía que aquella tesis le beneficiaría en las urnas. Lo que ocurrió después, es conocido. Ni el jefe del Ejecutivo ni el ministro del Interior, ni el máximo responsable de la inteligencia española se disculparon.
Hay que recordar, en honor a la verdad, otra ocasión en la que Aznar sí pidió perdón, en este caso a los gallegos: fue por la crisis del ‘Prestige’. El entonces jefe del Ejecutivo reconoció públicamente que ‘los medios gubernamentales para paliar la catástrofe no llegaron a tiempo’… y no perdió puntos políticamente por hacerlo.
Las disculpas sí son más frecuentes en los países anglosajones. La más célebre, la de Tony Blair por la guerra de Irak, doce años después. O la de Barack Obama, a una organización no gubernamental como ‘Médicos sin Fronteras’ por el ataque a un hospital afgano. O la de Bill Clinton, todopoderoso presidente, que lo fue, de los EEUU, por su ‘asuntillo’ con la becaria Lewinsky; aquella disculpa le valió el reconocimiento de la pacata sociedad norteamericana y, probablemente, la reconciliación con su esposa, Hillary Clinton.

 

¿Qué extraño sortilegio hace que disculparse públicamente resulte tan complejo para un líder?

Pues, como casi siempre, no existe un único motivo, sino varios. Primero un líder que se equivoca tiene que enfrentarse a un gran enemigo del liderazgo y del talento, su EGO. Un monstruo que cuanto más grande más dificulta la humildad la capacidad de pedir clemencia. El más importante y simple es que disculparse supone admitir un error, un fracaso lo cual demostraría debilidades, flaquezas e inseguridades, supuestamente, impropias de un líder.
Y, siguen siendo legión los gurús que aún creen e inculcan que un gran líder debe ser perfecto, no equivocarse nunca y tener siempre la solución a todos los problemas…una suerte de Superman.
Existe otra razón: la de que el perdón permitiría a los rivales argumentos y armas para hundir o machacar el líder que se ha equivocado y desestabilizarle en el ejercicio de sus funciones. Esto es especialmente relevante, lo acabamos de decir, en la tradición latina, nunca se suele ver el efecto positivo de pedir perdón y reconocer los errores.

¿Cómo reaccionan los ciudadanos cuando el líder se disculpa?

Muchos estudios muestran que una de las cualidades más valoradas por los ciudadanos, sobre todo en los políticos, es la honestidad. Acompañada de la valentía, la coherencia y la humildad, les hace imbatibles. Reconocer nuestros errores nos hace más espontáneos, honestos, más humanos y nos acerca a nuestros empleados o a los ciudadanos. Nos permite empatizar emocionalmente con ellos. ¿Entonces? ¿Por qué no lo hacen? Una vez más, la soberbia, connatural a las personas -y el líder no es de una pasta diferente de la del resto de los humanos- y un mal asesoramiento, tienen la culpa.

¿Cómo se comunica una crisis?

Lo primero es, lógicamente, analizar claramente lo que ha pasado. Hay que hacerlo de forma inmediata, honesta, sincera y no buscando huir nunca de las responsabilidades que tenemos en lo que ha ocurrido.
El ’11-M’ demostró cuán erróneo es el tipo de comunicación que, a falta de evidencias, o al menos de pruebas sólidas, se empeña en mantener teorías que al final resultan falsas -solo porque se entiende que benefician a corto plazo- y en no pedir perdón, cuando el error es ya evidente. En ese caso, se pierden los votos y hasta la cara.

Consecuencias del perdón en la estrategia política

Se pueden diferenciar dos tipos de disculpas públicas: aquellas en las que se puede atribuir al político una responsabilidad personal, directa y otras en las que este pide disculpas, a pesar de no ser responsable, al menos de forma directa.
Los primeros son más comunes. Un presidente o primer ministro es considerado como la cabeza visible del Estado y por tanto deberá asumir todo aquello que por acción u omisión pueda ser considerado de su competencia. Lo mismo vale por el Presidente o Consejero Delegado de una empresa privada. Hay un caso especialmente llamativo; el de David Cameron. El expremier británico ha pedido perdón por casi todo: por la tragedia en un estadio, por graves negligencias en un hospital público, el de Stafforside… ¡hasta por revelar una conversación privada con la reina Isabel II! ‘Estoy muy avergonzado’, dijo en aquella ocasión. Toda una joya este Cameron… en este caso, pedir disculpas no le ha servido para evitar pasar a la historia como uno de los políticos más nefastos. En este caso, los errores, el último el famoso referéndum escocés, fueron tantos y de tal calado que no bastaba con pedir disculpas.

Pasos en el perdón

No existen reacciones comparables a la hora de presentar disculpas. Cada líder, como cada persona, es un mundo y especialmente en el pedir perdón es importante ser fiel a tu propio estilo de comunicación y liderazgo. Es importante asesorarse bien pero nunca disfrazarse de los que no eres. Las mentiras se pagan caras en políticas y más en momentos complicados que involucren ciudadanos o empleados.
Pese a ello, todo proceso de petición de perdón, consta de determinados estadios.
Primero se requiere empatía hacía la persona y/o el colectivo que resulta dañado por nuestro error.Fuera el orgullo si queremos estrechar un vínculo emocional con el otro. A menudo es muy complicado, pero NO imposible. Todos somos conscientes que en el caso de la tragedia del YAK-42 en la cual murieron 75 militares españoles en 2003, nadie podrá reparar el daño sufrido por los familiares por los errores y mentiras de los políticos que llevaron el caso, sin embargo las palabras y la sinceridad con las cuales la actual Ministra de Defensa se ha reunido y empatizado con las familias, ha permitido restablecer por lo menos un vínculo emocional que da dignidad a un dolor terrible.
Pedir perdón es reconciliarse con la comunidad, con tus empleados. Es reconocer que tu deseo de perdón, de clemencia es más fuerte que tu orgullo.
Uno de los problemas de los políticos es bajar a la calle, vivirla día a día… sin esperar citas electorales. Esta falta de cercanía es lo que hace tan complicado que se disculpen… se esconden aturdidos por el miedo y la vergüenza.

De ahí que la mayoría de las disculpas por parte de personas públicas, en España o en Italia, lo sean SOLO cuando se demuestra que son culpables, bien tras una investigación judicial o después de una clara constatación de la falta. Es el caso de Mariano Rajoy, reconociendo en agosto de 2013 ante el Parlamento que se equivocó al depositar su confianza en Luis Bárcenas: ‘En nombre del PP quiero pedir disculpas a los españoles’, dijo literalmente. En este caso, había llovido ya tanto que las disculpas no sirvieron de gran cosa. Como tampoco sirvieron a Jordi Pujol cuando se destapó el escándalo de su fortuna en el extranjero y apeló a los ciudadanos de buena fe que pudieran ‘sentirse defraudados en su confianza. Les pido perdón’, dijo el expresident de la Generalitat. Tampoco en este caso valieron de mucho sus disculpas. Ya la sociedad le había estigmatizado como un corrupto.
Cabe añadir que casi nunca se destapan errores antes de que éstos hayan llegado a la opinión publica. Los políticos son muy ‘humanos’ en este aspecto ya que tampoco el común de los mortales suele reconocer su culpa de buenas a primeras.

¿Son siempre esas disculpas sinceras?

Aquí tenemos que recurrir al lenguaje no verbal del orador que, sin ser infalible, da muchas pistas.
Los discursos de perdón suelen caracterizarse por una mirada baja, inequívoco signo de vergüenza o de arrepentimiento -o de ambas cosas- y manos unidas como gesto de ruego o abiertas como muestra de limpieza y apertura. Recuérdense las ya celebérrimas tres frases de Juan Carlos I y la forma en la que fueron pronunciadas: ‘Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir’.
Al tratarse de un sentimiento tan complejo, existen paralelamente muchos otros vinculables a él: la ya citada vergüenza, el miedo, la desilusión o la decepción por lo que, como comentábamos, un análisis de este tipo es difícilmente infalible.
Pedir disculpas no es sencillo, el ‘quid’ político es analizar correctamente su aplicación para ‘liberar’ al líder y ‘reconciliarlo’ con la sociedad. José Luis Rodríguez Zapatero lo ha expresado mejor que nadie: ‘La palabra perdón no entra en el vocabulario de las responsabilidades políticas’. Una frase pronunciada de modo autocrítico con la intención, aunque de forma indirecta, de reconocer hasta qué punto se equivocaron, él y su Gobierno, al resistirse casi hasta el final a utilizar la palabra ‘crisis’. Una flagelación tardía pero que también honra y humaniza al expresidente socialista.

Fuente: Expansión